Según una antigua leyenda, en tiempos inmemoriales hubo una raza de alquimistas que por medio de la piedra filosofal lograron descubrir el secreto de almacenar recuerdos. Por muchos años mantuvieron secreto este arte, no pensaban que podría ser útil. ¿Qué ser humano desearía dejar a un lado sus pensamientos, las lecciones que paulatinamente le entregó la vida?
Hasta que un día, casi por casualidad la información se filtró entre los pobladores de la ciudad. La reacción fue inesperada. Inicialmente aparecían quienes rogaban por la oportunidad de desprenderse de algún recuerdo doloroso, estos casi siempre se acercaban en la madrugada. Buscaban refugiarse en las sombras para mantener su privacidad. Mientras más se hablaba de la capacidad de los alquimistas, otros se fueron envalentonando y a viva voz exigían un alivio a tanta memoria.
Ante tal oportunidad, el surgimiento del negocio era inevitable. El trabajo realmente era sencillo, la persona se acercaba al laboratorio, comunicaba cuál era la memoria para depositar y sin sentir nada era despachada. Nadie recordaba el motivo de su visita, tal vez por eso el servicio parecía ser gratis.
Los clientes no entendían que el valor que podían dejar no era material. Los recuerdos que entregaban libremente a los alquimistas eran el verdadero tesoro.
Las razones para deshacerse de los recuerdos variaban de persona a persona. Casi siempre era para erradicar un sentimiento punzante. La gente aborrece el dolor y la culpa. Algunos arriesgados dejaban guardados sus crímenes para continuar con una vida pura, sin remordimientos.
Sin embargo, cada depósito tenía consecuencias. No se puede quebrar la memoria y pensar que de la herida solo surge sangre. También se iban formando cicatrices que iban marcando a cada individuo. Los desensibilizaba de empatía, los radicalizaba al imponer una sola perspectiva, les reducía su campo de análisis, pero eran felices, o al menos se sentían felices. Por lo menos es lo que afirmaban aquellos que aun podían sentir dolor. El resto demostraba una felicidad fría, mecanizada, obligada. Una repetición de sonidos, frases y reacciones corporales que no encuentran sus antípodas.
Como era de esperar, un día a uno de los clientes de los alquimistas se le ocurrió la brillante idea de dejar el control del pueblo a quienes han traído tanta felicidad y bienestar. Esos benditos magos que se aparecen en la puerta de la casa para vender un producto que por cosas del azar siempre necesitaban.
Desafortunadamente para ellos, aquellos habitantes que se resistían a entregar la memoria comenzaron a oponerse. A desafiar el pedido de alegría de los desmemoriados, pues para ellos la venta de olvidos estaba lentamente derrumbando al pueblo. Ya casi no había mantenimiento, no se atendían las cosechas y grandes amistades dejaban de existir.
La falta de recuerdos vaciaba los hospitales y llenaba cementerios. Más de uno simplemente se olvidó que estaba enfermo. Muchos olvidaron la existencia de los alquimistas. Estos comenzaron a ver que, alterando un poco la memoria de sus clientes podían llegar a controlarlos, manipular su visión, hacerlos creer como propias ideologías externas. De esta forma, silenciosamente se iban enfrentando a los autoproclamados hijos del recuerdo, los caballeros de la memoria, los generales de poder soñar.
Qué mejor forma de lograr el apoyo que poblar el vacío de memoria con sentimientos adversos a un discurso coherente. Eludir los temas, insultar, jugar al victimismo y encontrar peligro donde jamás lo hubo. Las reacciones cada vez eran más viscerales, más naturales y contradictorias. Hasta el punto en el que los magos decidieron desaparecer de la vida pública pues los autómatas sin memoria ya no necesitaban instrucciones para descomponer el orden. Solo, cuando es sumamente necesario, resurgen los alquimistas para sugerir el curso que debe llevar la vida.
Ahora el trabajo es más fácil, el robo de recuerdos es digital. Las redes como una telaraña arropan a las personas y las hacen sumergirse en miles de temas pasajeros sin ningún valor específico. Los alquimistas siguen funcionando socialmente, aunque escondidos en las nuevas redes de almacenamiento de recuerdos. Redes en las que la falta de memoria que no reconoce errores, no recuerda promesas y no se autoexige el cumplimiento de las leyes.
Los alquimistas al final lograron su objetivo vaciando la memoria, ahora tienen una maquiladora para crear líderes. Distintos acentos y distintos insultos, pero la misma demagogia.
Pensar que todo surgió por menospreciar los recuerdos.