Tengo miedo. Me aterra saber que la historia en menor o mayor grado podría volver a repetirse. Me aterra comprender que la mecha está lista parar arder. No importa si la llama se engendra a través de un discurso jingoísta o el discrimen que exhiben los servidores públicos electos para representar al mismo pueblo del que se podrían llegar a avergonzar. No importa que la candela surge desde algo tan trivial como un partido de fútbol. A final de cuentas el resultado es el mismo: deshumanizar colectivos, demonizar individuos y fomentar un recalcitrante odio hacia tierras tanto reales como ficticias.
Sobre todo cuando las redes sociales pueden incrementar exponencialmente el impacto real de la demagogia. Muchos expertos modernos no son productos del estudio, son peones dirigidos por dinero que los lleva a memorizar un discurso singular que se repite una y otra vez sin parar. Se resguardan en los derechos de las masas, en el bienestar común, en secar lágrimas ajenas y como un tal Iscariote cerrar el negocio con un beso tangible o etéreo en forma de sonrisa.
Entonces hago un alto y me cuestiono, ¿qué pasará si en lugar de brecha digital o una pelota se centraran en acciones tangibles para mejorar servicios médicos, la educación o la seguridad? Luego hago un alto, reflexiono y me doy cuenta que todo es culpa del otro, de ese que tiene todo y no da las gracias. De aquel que hablar distinto, que llega a pensarse igual a uno. Ese es quien debe ser el responsable de todas las desgracias de los seres de bien. Para evitar su mala influencia, hay que resucitar viejos principios…
Principio de simplificación y del enemigo único. Adoptar una única idea, un único Símbolo; Individualizar al adversario en un único enemigo.
No hay nada más intolerante que el éxito de quien piense distinto. Los triunfos del otro, de ese que no quiere creerme ni seguirme o hasta contradecirme son los más irritantes y dolorosos. Son actos de insubordinación que no pueden tolerarse y que demandan de forma inmediata su corrección. Es por esta razón que se debe identificar al subversivo y hacer de él un ejemplo. Hay que minimizar su influencia, que no se atreva a decir que es más de lo que es aceptable que sea. ¿Cómo hacerlo? Revisando todas sus comunicaciones, todo lo que escribe en el mundo digital para luego por medio de la analítica identificar un patrón que justifiqué nuestras peores pesadillas. Hay que imponer orden sin que se den cuentas que están siendo indoctrinados constantemente por un mundo donde la persuasión y la propaganda han evolucionado de forma binaria.
Principio del método de contagio. Reunir diversos adversarios en una sola categoría o individuo; Los adversarios han de constituirse en suma individualizada.
Existe la necesidad de simplificar el mensaje para que sea entendido por un mayor número de seguidores. Por tal razón, hay que hacer desaparecer las diferencias entre ese ideal que se censura y ese símbolo que tanto aman los malagradecidos. Quienes se sienten diferentes van a ser reducidos a un equipo y los del equipo van a ser inmediatamente etiquetados por un ideal. Así ahorramos explicaciones y podemos enfocar mejor los ataques. Hay que mezclar lo cotidiano con lo que se detesta para de esa forma enfocar mejor el odio. Segmentar las bases de datos, y de ser necesario, incluir imágenes locales para humanizar un mensaje universal. Llevemos a las redes los pasquines, folletos e imágenes que demostraban la inferioridad de los otros.
Principio de la transposición. Cargar sobre el adversario los propios errores o defectos, respondiendo el ataque con el ataque. “Si no puedes negar las malas noticias, inventa otras que las distraigan”.
Cuando surgen los desgraciados que presumen que las reglas para ellos y nosotros sean iguales hay que asegurarse que emitimos un mensaje tan fuerte que opaque sus reclamos. Nuestro mensaje será mejor si involucra culparlos de alguna afronta, de esa forma quien no entiende que sucede puede inferir que todo lo más seguro se origina de la envidia y rencor que nos tiene el perjudicado. Las personas siempre se interesan por escuchar las desgracias, inventemos varias que sean causadas por quienes se piensan con los mismos derechos. Mientras esto sucede hay que utilizar como recurso el autobombo para que estén conscientes de que nadie es capaz las cosas tan bien como uno, nadie es mejor negociador que uno y que uno es el mejor de la historia en cualquier tarea que le sea encomendada. Ya lo vimos en el Sinaí, el pueblo no necesita leyes ni líderes, el pueblo desesperadamente busca ídolos.
Principio de la exageración y desfiguración. Convertir cualquier anécdota, por pequeña que sea, en amenaza grave.
No es permitido aceptar derrotas. Si llega ese momento es imperativo diseminar noticias que pongan en duda la validez del triunfo obtenido. Sembrar que hubo robo y que la víctima somos nosotros pues en circunstancias normales habríamos sido los claros vencedores. Nada mejor en estos casos que inventar una conspiración. Mostrar imágenes tergiversadas que pueden obtenerse de cualquier cámara o en casos extremos de un satélite. Si la información es criticada por alguna institución con alta reputación se ataca a sus miembros, su seriedad y profesionalismo. Pocas personas pueden sobrevivir una búsqueda de declaraciones ante la presencia del dios Google.
Principio de la vulgarización. “Toda propaganda debe ser popular, adaptando su nivel al menos inteligente de los individuos a los que va dirigida. Cuanto más grande sea la masa a convencer, más pequeño ha de ser el esfuerzo mental a realizar. La capacidad receptiva de las masas es limitada y su comprensión escasa; además, tienen gran facilidad para olvidar”.
El mensaje debe ser tan sencillo y contagioso que hasta el individuo con menor aptitud intelectual pueda entender que somos el líder siempre y que el resto de los equipos simplemente me tiene envidia. Mientras más tonto mejor. Si se llega a popularizar con algún astro deportivo que vive de una gloria pasada mejor. Nada como el romanticismo de los mitos pasados o las leyendas que viven repitiéndose cada día su importancia en la cosmología universal. La difusión será la parte más sencilla de lograr por medio de redes sociales. En la antigua roma se hablaba de pan y circo mientras que en Puerto Rico de las tres B (baile, botella y baraja). El principio no ha cambiado, solo evolucionado en la actualidad.
Principio de orquestación. “La propaganda debe limitarse a un número pequeño de ideas y repetirlas incansablemente, presentadas una y otra vez desde diferentes perspectivas pero siempre convergiendo sobre el mismo concepto. Sin fisuras ni dudas”. De aquí viene también la famosa frase: “Si una mentira se repite suficientemente, acaba por convertirse en verdad”.
Hay que destruir mitos, deshacer héroes, no puede haber figuras que a través de la historia lleguen a inspirar rebeldes. Es necesario defenestrarlas desde el centro, utilizar los contactos para que poco a poco sus logros sean cuestionados. Luego colocamos al héroe que mejor nos convenga y escribimos un libreto que nos favorezca. Los ingratos son tan pocos que nadie les hará caso. Lo importante es que el derrumbe del mito sea tan apoteósico que no solo destruya al enemigo sino que sirva para enviar una señal a todos aquellos que se quieran sentir igual que nosotros, los dignos de llevar en el himno la palabra señorío. Hay que evitar nuevos Guy Fawkes, la historia no puede revertir sus fracasos en símbolos de rebeldía de una nueva generación.
Principio de renovación. Hay que emitir constantemente informaciones y argumentos nuevos a un ritmo tal que cuando el adversario responda el público esté ya interesado en otra cosa. Las respuestas del adversario nunca han de poder contrarrestar el nivel creciente de acusaciones.
Hay que sembrar la duda siempre. Mejor hacerlo acusando a distintos actores de culpabilidades tan radicalmente diferentes que no se pueda construir un hilo conector entre cada violación a la moral. Así como se hace en el fútbol al exagerar la infamia inventada: exigir inocencias a quien no paga impuestos, crear orgias en ciudades donde no estaba el acusado, presentar drogadictos y también enfermos mentales, insinuar la compra de árbitros y siempre pero siempre fomentar la idea de que son traidores a la patria. ¿La pelota? Sólo importa cuando se engalana de blanco.
Principio de la verosimilitud. Construir argumentos a partir de fuentes diversas, a través de los llamados globos sondas o de informaciones fragmentarias.
El enemigo de mi enemigo es mi amigo y lo tengo que exaltar localmente. Vender su palabra como evangelio y apoyarlo de fuentes diversas de otras latitudes. El profesionalismo no importa, solo que el mensaje sea el adecuado aunque vaya adornado de euros. Al final los creyentes irán creciendo o al menos tendrán sembrada una duda que los hará reacios a sentir empatía por los malagradecidos que se atreven a contradecir el mensaje que transmitimos. ¿Beneficio? Aparecer en un mayor número de pantallas que sirven de trampolín a una nueva realidad.
Principio de la silenciación. Acallar sobre las cuestiones sobre las que no se tienen argumentos y disimular las noticias que favorecen el adversario, también contraprogramando con la ayuda de medios de comunicación afines.
Si estamos en la misma sala gritare durante tu intervención múltiples acusaciones. Buscaré la forma de ajusticiar tu uso de las redes sociales para que no puedan servir de instrumento acusatorio en contra de mi verdad. Te hostigaré y presionaré tanto que no tendrás casi aire para respirar. Otros al ver lo que te sucede dejarán a un lado sus intenciones de emularte. Lo importante es que predomine siempre mi mensaje. En el mundo virtual utilizaré el dinero y las influencias para condenarte a un olvido digital del que es muy difícil de escapar y luego desmentiré tu nuevo ostracismo al jurar que el Internet es un medio totalmente democrático. Al final de cuentas la gran mayoría de las personas no lo pondrá en duda pues a nadie le gusta recibir malas noticias. Lo que no se entiende son solo noticias falsas o “fake news”.
Principio de la transfusión. Por regla general la propaganda opera siempre a partir de un sustrato preexistente, ya sea una mitología nacional o un complejo de odios y prejuicios tradicionales; se trata de difundir argumentos que puedan arraigar en actitudes primitivas.
Hay que resaltar lo distinto, lo que separa y llevarlo al absurdo de las generalidades. Imponer la creencia que morar en una localidad especifica implica tener cierto código de creencias que incluyen un odio irracional hacia tu ser. Luego hay que buscar por todas las vías posibles desdibujar ese odio explicándolo con un simple “nos tienen envidia” por eso nos odian. Es explicar la existencia de brechas digitales por la vagancia e impericia de quienes la sufren, por su falta de espíritu emprendedor, su bajo nivel educacional, su costumbre a que el estado les regale todo y, como canta Marc Anthony, no sea suficiente. Muchos desagradecidos que recibieron tabletas sin contenidos educativos que se quejan por no tener electricidad. ¿Cómo conectar a todos frente a tanta negatividad?
Principio de la unanimidad. Llegar a convencer a mucha gente que se piensa “como todo el mundo”, creando impresión de unanimidad.
Hay que comenzar el mito de que todos piensan igual que nosotros. Los que no están de acuerdo o conocen poco de la realidad o son parte de la conspiración que nace desde aquellas instituciones que desearían tener nuestros exitosos. Todos deseamos que haya mayor conectividad, mejor educación, menos pobreza (sin mencionar mejor distribución de riquezas), cobertura total de banda ancha móvil, smartphones a bajo precio y hasta la paz del mundo. Hay que seguir enfocándose en el fondo y no la forma, que no se escuche el impacto de las propuestas hechas para conseguir ese listado de deseos.
Mientras los once principios de Goebbels mantienen su vigencia, el mundo sigue su curso entre mentiras e ilusiones. Nos han hecho creer en la justicia de la pelota, en el karma, el nirvana y hasta en el ying & yang oriental. Ya nada parece servir, ni los ruegos a la media luna ni los rezos a la cruz.
Zeus ayúdame, Osiris por favor resurge, Minerva danos sabiduria… Nos enfrentamos a Loki, Tánatos y Huitzilopochtli. Entre todos nos han tendido una trampa que surge como telaraña inocente de una viuda negra. No, esta vez no se hacen presente con armas filosas de acero ni potentes venenos. Ahora utilizan algo peor y con poder cataclísmico: usan las palabras. Las usan para fusionar la torre de Babel, el laberinto de Minos y el mapa del Dorado. Así los otros, los indeseables, los de menos merito serán ajusticiados allí donde más parece dolerles, ya sea frente al arco con una pelota o frente a una pantalla donde los unos y ceros se transforman para llevar en forma de imágenes, texto y video los mensajes que deseamos difundir.
Referencias
Foto de Pinterest.
Los “11 Principios de la propaganda” escritos por Goebbels quien fuera el ministro de propaganda de la Alemania Nazi fueron tomados de aquí.