Uno de los roles más complicados que existe en el mundo de las telecomunicaciones es el de regulador, seguido muy de cerca por el de prestador de servicios y comúnmente conocido como operador. Por un lado, el servidor público debe cuidar que los consumidores reciban servicios de calidad mientras fomenta la inversión y trabaja para tratar de impulsar la adopción de nuevas tecnologías en el menor tiempo posible.
Los operadores por su parte desean a toda costa diversificar su cartera de servicios, incrementar el número de unidades generadoras de ingreso y expandir su cobertura poblacional. Lo anterior sin llegar a números rojos o ser penalizados por las autoridades de gobierno.
Un dato sorprendente que puedo confesar de mis conversaciones durante más de dos décadas con todo tipo de operadores en más de 40 mercados de las Americas es que todos, simplemente todos, desean que el lugar donde ofrecen servicios mejore económicamente, que las estrategias de desarrollo funcionen y sus niveles de adopción de servicios digitales se incrementen. En este punto coinciden con la gran mayoría de los reguladores del hemisferio.
Contrastando con el trabajo de estos actores, una de las labores más sencillas y que menos esfuerzo requiere es la de autodenominados expertos, consultores o analistas que dedican más tiempo a opinar que a generar datos e información nueva que anteriormente no existía en el mercado y puede ser utilizada para entender mejor la dinámica del mismo. Demasiadas voces que jamás han desarrollado ejecutado una investigación analítica del mercado.
Desde la comodidad de una sofá o escudado por un micrófono es muy sencillo afirmar que un regulador es tonto o desconocedor, no quiero utilizar términos barrocos, por no prever la reacción de las empresas del mercado.
Tampoco hay que hacer mucho esfuerzo para comentar la avaricia, dejadez o estrategia de los operadores luego de conocer los resultados de sus acciones. ¿Por qué digo todo esto?
Varias veces me han sugerido que hable de ética entre reguladores de telecomunicaciones o de la humanidad de los prestadores de este tipo de servicios. Obviamente, en estos sectores como en los rumbos de la vida hay todo tipo de personas.
Lo que las personas que nunca han trabajado de cerca en proyectos de telecomunicaciones o en política pública no logran entender es que ni los reguladores ni sus regulados tienen completa libertad para expresarse sobre muchos aspectos de su trabajo. Entre acuerdos de confidencialidad, periodos de silencio y otras obligaciones contractuales quienes trabajan cada día para defender a los consumidores o explorar que nuevas aplicaciones pueden ofrecerse en el mercado, casi nunca tienen la libertad de comentar todo lo que conocen de un tema.
Luego del partido de fútbol es muy fácil ser técnico, durante la preparación y el juego es otro el cantar. Por ejemplo, es muy fácil hablar de un fracaso de la red dorsal del Perú en la actualidad. La pregunta que queda en el aire es dónde estaban los críticos cuando este proyecto estaba en gestación, en un entorno competitivo en el cuál no existía ni un cuarto operador móvil ni la mayor red de fibra óptica privada que ahora existe en ese mercado.
¿Acaso el hecho de que hubo un reacomodo todo el mercado de servicios de transporte de capacidad nacional e internacional en las fronteras norte y sur del Perú no tuvo impacto alguno en la Red Dorsal? ¿Por qué no se menciona que el proceso recaudatorio para entregar espectro radioeléctrico que dio como resultado altas tarifas por bloques de espectro también resultó en un atraso a la llegada de nuevas redes de banda ancha móvil avanzada a zonas de baja densidad poblacional impactando negativamente el negocio de backhaul?
Ser experto en relaciones públicas no es lo mismo a ser consultor en políticas públicas o analista de mercado en telecomunicaciones.
También es muy fácil criticar a los operadores por sus demoras en el lanzamiento de nuevas tecnologías. Para algunos simplemente se define en no querer invertir o preferir otros mercados al local. Lo que no se cuestionan muchos de estos críticos es si existen las condiciones idóneas para que estas nuevas redes se comiencen a desplegar para ofrecer servicios localmente.
¿Vale la pena llevar conexiones de fibra óptica que pueden superar velocidades de bajada de 1 Gbps a lugares donde el cliente con 10 Mbps se conforma? ¿Vale la pena lanzar en todo México una tecnología móvil de forma simultánea a los Estados Unidos cuando el teléfono más barato para la misma cuesta más de 20 mil pesos (poca más de US$ 1000)? ¿Consideramos las diferencias en retornos de inversión que tienen las producciones audiovisuales del país según las plataformas de distribución utilizadas y mercados potenciales para su distribución?
El maniqueísmo no es análisis, es la ruta más fácil para cacarear.
Referencias
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