Pocos de ustedes saben que durante los últimos diez meses he estado residiendo cerca de la frontera de Colombia con Venezuela. Es más, la última vez que pisé la patria de Bolívar fue cruzando el puente homónimo que sirve como ruta a San Antonio del Táchira.
Ser residente temporal del Norte de Santander ha sido una experiencia privilegiada, es la primera vez en mi largo peregrinar por América Latina que me he encontrado alejado de las grandes metrópolis capitalinas y cerca del mundo agrario. Ha sido un proceso de aprendizaje lento, con mucha observación y de charlas con quienes diariamente contabilizan hasta el último peso para cubrir pasaje, almuerzo corriente, café y arepa. También he presenciado la importancia del comercio fronterizo para los habitantes de ambos países. Una frontera que se me hace voluble si se piensa en la gran cantidad de familias que se dividen entre los dos países.
Es difícil mantenerse callado cuando cada día son más las imágenes que desde Venezuela comienzan a circular por todo el mundo. Es triste muy triste contemplar esas versiones resumidas y acompañarlas de relatos de colegas que residen en Venezuela y viven en carne propia estos eventos. Es triste escuchar en el parque que las promesas del chavismo comienzan a desdibujarse y que repentinamente lo que se había entregado como regalo ahora tiene un precio o el desahucio.
Lo más difícil es ver el simplismo de los líderes latinoamericanos que opinan desde su inclinación política. ¿Por qué somos tan simplistas? ¿Si un líder es de izquierda entonces ciegamente tiene que dar su apoyo a todos los que son de izquierda sin siquiera cuestionarse si es buen gobierno o no? ¿Por qué en América Latina nos limitamos a tener filias o fobias políticas? Cuando escucharemos que no todos los líderes de izquierda son buenos, como tampoco lo son los de derecha o aquellos que buscan un camino medio.
No dudo de las buenas intenciones de muchos chavistas comprometidos con su pueblo. Como tampoco pienso que quienes no apoyen al chavismo son fascistas. No todo en la vida es blanco o negro, tampoco nos encontramos en las décadas del ’70 u ‘80 cuando las guerrillas de derecha o izquierda eran la orden del día.
Lo que queda claro es que el modelo chavista ha colapsado y quienes están en el poder no quieren o no pueden admitirlo. La demagogia es la orden del día. Escuchar que las leyes del mercado o la economía no aplican en Venezuela es simplemente uno de los más recientes surrealismos de nuestra América Latina. La realidad es que mientras quienes están cerca del partido pueden obtener medicinas, el resto de la población se resiente de su escasez. Es la creación de un nosotros vs ellos, partiendo a la patria en el proceso. ¿Cómo sanar el desangre de cerebros que se vieron forzados a emigrar y han construido una nueva vida en el extranjero?
La polarización es increíble. El futuro me causa bastante pesar, una vez la oposición llegue al poder – llegarán, tarde o temprano llegarán – se comenzará un dialogo por la unidad o se harán auditorías para comenzar a identificar si hubo un uso justificado del dinero del estado. De ser lo segundo, me queda claro que muchísimos líderes del chavismo harán todo lo posible por mantenerse en el poder.
La reconstrucción será ardua pues los niveles de deterioro en la infraestructura básica del país contrastan con la exageración de los logros alcanzados por el gobierno. Es que las inversiones anunciadas, al menos en telecomunicaciones, no corresponden con la realidad.
Es por eso que hoy me encuentro triste al pensar en Venezuela. Una tristeza insólita provocada por un país al que por muchos años relacionaba como música, hermandad e incansables sonrisas.
Gracias, querido amigo. Un abrazo.
Gracias por eso.