La industria de telecomunicaciones es, aunque no lo parezca, un sector bastante tradicional. Sí, es cierto que constantemente estamos siendo golpeados por innovaciones tecnológicas interesantísimas o por anuncios de nuevos servicios que van acompañados de la promesa de que pronto (definido en semanas, meses, décadas o años) serán integrados a nuestro diario vivir.

Cuando me atrevo a afirmar que estamos en una industria bastante tradicional no me refiero al mundo de los comunicados de prensa o al que intentan controlar los departamentos de publicidad de las empresas con videos de hogares híper-conectados y que son parte del portafolio propagandístico de los proveedores de infraestructura. Mi énfasis es en el “más acá”, en lo cercano. Me refiero al verdadero diario vivir de una industria que simplemente parece estar estancada en los mismos debates de hace décadas pero con distintos acrónimos.

Hemos olvidado que en la prehistoria de las telecomunicaciones inalámbricas parte de la batalla fue decidir cuál era la mejor banda de espectro radioeléctrico para ofrecer servicios móviles dentro de una misma región. Obviamente definir que tecnología también era asunto de rigor. Es por tal razón que mientras en los EEUU (región 2) se inclinaban por AMPS en 850 MHz, algunos países europeos (región 1) jugaban con NMT en dos bandas 450 MHz y 900 MHz. Y aunque hubo otras alternativas analógicas, lo importante es que esta batalla de estándares móviles culminó con una transición hacia servicios digitales en la cual la banda de 450 MHz prácticamente queda huérfana y el enfrentamiento en políticas publicas entre EEUU y Europa quedan cimentadas. Para más información sobre las primeras generaciones móviles ver “¿Qué significan las diferentes generaciones del celular? Parte I”.

Pero alejémonos de los comienzos y adelantemos unos 25 años para ver las similitudes entre los problemas de la 1ra generación móvil y las innumerables promesas que se escucharon en la época de las batallas tecnológicas. En lugar de redes analógicas pensemos en las batallas siguientes como CDMA vs. TDMA, CDMA vs. GSM o de manera más reciente WiMAX vs. LTE. ¿Cómo olvidar las declaraciones de algunos operadores sobre la llegada de 4G con versiones no interoperables de WiMAX o los anuncios no cumplidos de varios operadores sobre la fecha inicial de su despliegue comercial de LTE?

Es innegable que nuestro presente es un poco más elaborado. Ahora contamos con un ingrediente que sirve para condimentar un poco el debate: contenido audiovisual. Traduciendo a jerga analista de telecom: actores no tradicionales que han tomado gran interés por ser parte del sector de servicios móviles. O sea, protagonistas históricos de otros sectores de la economía entran a alterar el status quo de telecomunicaciones para intentar crecer como operadores viables dentro de este sector. Esto incluye la utilización de cabilderos políticos, gremios, editorialistas y la utilización de otros activos que permitan acelerar el proceso de posicionamiento de los nuevos actores como alternativas viables del mercado.

Sin embargo, aún con el auge del contenido audiovisual los grandes temas de las telecomunicaciones latinoamericanas han variado muy poco en los últimos años. Para ejemplificar esto a continuación las respuestas que en mayo de 2009 le envié a una periodista de México que me preguntaba sobre los principales retos del sector en los próximos años en una época donde mis funciones en la industria eran muy distintas a las de ahora:

El principal reto del sector es enfrentar la crisis financiera global… El impacto será distinto para cada segmento:

  • Proveedores de servicios: serán menos agresivos al momento de lanzar nuevos servicios y tratarán de mantener las inversiones para mantenimiento de redes y – en el caso de los operadores móviles – expansión mesurada de las redes 3G, excepto en aquellos mercados donde estén obligados a cumplir con metas de cobertura;
  • Proveedores de terminales móviles: reducción en poder adquisitivo de los consumidores y en el subsidio de terminales por parte de los operadores móviles implicará un periodo más largo en recambio de dispositivos móviles;
  • Proveedores de infraestructura: verán una reducción en los pedidos derivados de la menor disponibilidad de financiamiento para el despliegue de infraestructura por parte de entidades bancarias lo que forzará una reducción en la inversión en nuevas redes por parte de los proveedores de servicio;
  • Autoridades regulatorias: tendrán que bajar sus expectativas en términos montos de inversiones en el mercado como también en los precios que los operadores estén dispuestos a pagar por nuevas licencias / concesiones.
  • Consumidores de servicios de telecomunicaciones: la reducción del poder adquisitivo podrá impactar negativamente el consumo de servicios que no sean un commodity como por ejemplo los servicios de TV Paga premium. En este sentido servicios como la telefonía móvil no debería sufrir cancelaciones pero si una mayor reducción en el ARPU promedio.

El hecho de que la mayoría de estos puntos continúe vigente para la mayoría de los mercados latinoamericanos nos reitera lo lento que en los últimos años ha ido avanzando el mercado de telecomunicaciones regional hacia el mundo de los contenidos. El peligro es permitir que esta lentitud se transforme en estancamiento. Hay que amoldarse a los cambios que sufre la industria desde todos los ángulos posibles. La llegada de proveedores de contenido como Netflix o Clarovideo, el renacimiento de los operadores móviles virtuales y la cruzada satelital de varios gobiernos regionales no son eventos fortuitos.

Lo difícil es creer que puedan llegar suficientes figuras políticas que cumplan con su discurso previo a asumir el poder: complementar los aspectos positivos que implica la llegada de nuevos actores con la modernización de los marcos regulatorios de los mercados. Lo más triste es que a inicios del presente siglo más de un regulador (como olvidar el orgullo de los representantes de Bolivia en los foros internacionales) anunciaba con bastante entusiasmo la redacción de leyes de licencia única que tenían como objetivo impulsar la convergencia. Sin embargo, lo más común a través de la región es escuchar a los reguladores hablar de convergencia de servicios mientras se rehúsan a contemplar la necesidad de una convergencia regulatoria.

Pero seamos abogados del diablo y pensemos que no existe la coyuntura política para acelerar una nueva regulación. Entonces porque simplemente no se trata de avanzar en aquellos temas en los que teóricamente todos los actores del mercado parecen estar de acuerdo: llevar conectividad a aquellas zonas geográficas que actualmente carecen de las mismas. ¿Por qué aún hay países que carecen de un plan gubernamental para el desarrollo de banda ancha (indistintamente de la plataforma a ser utilizada) a nivel nacional? ¿Por qué la industria privada decidió hace varios años unilateralmente ofrecer de manera gratuita Internet a algunas escuelas de Jamaica? ¿Por qué Colombia está teniendo éxito en la expansión de los accesos a Internet en zonas en las que anteriormente no tenían cobertura?

Como se puede apreciar parte del tradicionalismo de la industria de telecomunicaciones regional se deriva de eternas discusiones tecnológicas y otra parte de la lentitud de los avances en regulación regional. Ambos temas han sido discutidos hasta la saciedad por cientos de académicos, consultoras internacionales, fabricantes y operadores de la industria. Hoy al igual que hace 25 años el futuro del sector de telecomunicaciones pasa por las contribuciones al análisis de todos estos actores. La única diferencia es que entonces las presentaciones se centraban puramente en unidades de negocios viabilizadas por la tecnología y hoy la balanza se inclina cada vez más hacia la convergencia, los contenidos y el miedo de los tradicionales proveedores de servicios al contemplar la posibilidad de verse relegados a ser simples tuberías.

Referencias

La imagen es de Pixabay.

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