Las redes sociales han transformado totalmente la vida de los usuarios de Internet en menos de una década. Hace apenas diez años estábamos en un mundo donde muchas de las más importantes redes sociales de la actualidad no existían o se encontraban en sus primeros años de existencia. Era un mundo donde las conexiones de alta velocidad a Internet eran escazas y el principal servicio de un celular era la telefonía de voz. En aquel entonces nos maravillábamos con los aparatos móviles capaces de conectarse a alta velocidad al Internet para mostrar videos, muchas de las regulaciones sobre contenidos digitales no se habían incorporado al marco legal de los distintos países de America Latina y la inocencia plagaba el deseo de mantener un contacto directo con amistades u otros conocidos.

Desde entonces la evolución ha sido asombrosa, se  puede decir que hay redes sociales para casi todo tipo de gustos. Existen aquellas más generales donde guardamos ese catálogo de contactos a los que llamamos amigos, las que son para amantes a la lectura, las que nos permiten colecciones e intercambiar imágenes, las que ayudan a las personas a buscar parejas y hasta las que los ayudan a ser infieles. Cada vez es más difícil encontrar a una persona que no haya entablado nuevas amistades por medio del Internet.

Lo que poco se habla en el mundo de las tecnologías de información y comunicaciones (TIC) es sobre como con el paso del tiempo observamos muchas de las transformaciones que con el paso de los años se habían observado en el mercado de la infraestructura y servicios de telecomunicaciones. Al igual que en este segmento, las redes sociales llevan varios años atravesando un periodo de consolidación donde cada vez son menos los jugadores. La diferencia es que mientras en el mundo de los cables, torres y antenas la unión de dos redes tenía un visible impacto tangible, este detalle no se observa en el universo digital donde la consolidación en ocasiones ocurre de forma silenciosa sin necesariamente rebautizar las operaciones.

La importancia de esta situación no debe subestimarse pues poco a poco vamos abandonando el mundo donde el tema principal era la cobertura y acceso a la conectividad (tal vez nos falten unas cuantas décadas para superar esta fase completamente) para adentrarnos en la era donde el valor principal está en esos paquetes de datos que se convierten en texto, imágenes y audio al ser traducidos por el receptor de preferencia del consumidor. Mientras más crece la relevancia de los datos, más presión reciben aquellas empresas que no quieren verse relegadas a simplemente ser tuberías de tráfico.

Paulatinamente los contenidos ofrecidos cada vez son más globales y controlados por menos empresas, Las ramificaciones de esta realidad son tan diversas que no se puede determinar con exactitud qué nivel de monitoreo y control ejercen sobre lo que comparten los usuarios de sus servicios de redes sociales. Pues es precisamente por medio de los derechos de control sobre estos contenidos que las redes sociales le cobran a cada usuario el uso de sus aplicaciones. Nada es gratis, hasta respirar cuesta energía.

Cada palabra que escribimos, cada foto que subimos y cada audio que transmitimos por medio de redes sociales es un legado que dejamos para aquellos que en un futuro estén tan aburridos con su vida que se interesen en la nuestra. O para las autoridades que por alguna u otra razón deciden que somos sospechosos de algún crimen o de poseer – en gobiernos autocráticos – una perspectiva poco agradable para el gobernante de turno. Sin embargo, aunque no lo parezca nos encontramos en los inicios de una era en la que realmente no logramos comprender el impacto que tiene no simplemente la información que compartimos o las capacidades del software que monitorea nuestro comportamiento en el Internet. Los avances en servicios de analítica junto a la recolección de una cantidad creciente de información por los servicios bautizados como Big Data apenas nos están haciendo comprender el impacto que tiene el análisis de los metadatos para aplicaciones comerciales, y en su lado siniestro, de vigilancia gubernamental. El Gran hermano hace tiempo de ser un protagonista de literatura de un voyerista “reality” para hacerse parte de nuestras vidas.

Lo interesante del crecimiento de estas redes de contenido es observar como en algunos mercados continúan defendiendo su derecho a acceder a la infraestructura de los operadores locales sin que esto conlleve un cargo adicional, mientras en otros mercados para asegurar un gran nivel de calidad para su tráfico se encuentran desplegando su propia infraestructura. Tampoco pasa desapercibido el hecho de que muchísimos de los prestadores de servicio tradicionales están intentando – con mucha dificultad en muchos casos – el mundo de los contenidos. Esto no deberá cambiar en los próximos años con un número creciente de transacciones buscando integrar a estas dos culturas empresariales para asegurar la supervivencia de ambas.

Claro que el futuro del mundo de los contenidos no será simplemente el que veamos en redes sociales. La gran realidad conectada que promete el Internet de las Cosas forzará un cambio de paradigma: básicamente cómo integrar contenidos a todos los nuevos aparatos conectados. La sobreinformación (o desinformación) en pocas décadas comenzará a tener su época dorada.

Referencias

La imagen es de Pixabay.

Una versión acotada de esta columna apareció en El Economista de México.

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