Milán Kundera en una de sus obras describía la historia de una simple fotografía de un grupo de dirigentes del partido comunista checo. La historia intercalada en la vida de las personas a través del ministerio de propaganda se limitaba a ir borrando de la fotografía a aquellas personas que eventualmente fueron catalogadas como enemigos del estado. Eventualmente la camaradería iba siendo suplantada por soledad y una impertérrita sospecha de traición.

Así el olvido fabricado en las salas de propaganda podría imponerse como verdad en un mundo donde los libros de historia no sirven y la validación visual es una simple distracción. Lo importante es la nueva narrativa, esa que se viene trabajando desde tiempos inmemoriales para precisamente lograr robar la memoria con inyecciones de olvido.

Un olvido fácil de contagiar con un plato de lentejas, unos espejitos o la promesa de un Dorado inexistente. Ese olvido que deja atrás el respeto, los buenos modales y hasta la dignidad pues es más fácil ser acompañado. Por otro lado, es un olvido que permite reescribir la historia para imponerle una realidad distinta a la ocurrida, convertir en héroes a los cobardes y en grandes literatos a los plagiadores que descaradamente demandan un respeto que nunca brindaron a los demás. Plagiar es robar, es un delito y una gran irresponsabilidad. Es indefendible.

La reinvención de la realidad es peligrosa pues nos expone a pisar las mismas rutas del error y comenzar a caminar nuevamente con ese Brutus particular que al final del camino querrá acariciarnos a puñaladas. Es el sendero donde todo ocurre en cordialidad mientras los pasos se dirijan hacia el mismo destino o al menos no intentan enfrentarse en un concurso de valorización del otro frente al yo. Aquí siempre termina mal quien alude que el mundo le debe una deuda impaga por la simple razón de obligarle a respirar.

Así quienes fantasean con Cristiano Ronaldo se olvidan que en su momento hubo un Eusebio frente a quien los antiguos titanes se persignaron cada vez que su tez africana se alumbraba con la luz de un sol lusitano frente a quien los más grandes jugadores de cada época han rendido pleitesía. Lo mismo puede decirse del traidor sibilino por experiencia, quien ha vivido gran parte de su vida tratando de engrandecerse por medio de reducir el tamaño y obra de los demás.

Las historias que nos llegan desde Brasil sobre este otrora gran jugador nos indican que quizás con una pelota de fútbol fue la manera en que obtuvo un respeto que de otra forma nunca hubiese acariciado por su forma de ser. ¿Cómo olvidar los comentarios del “Anjo das pernas tortas” sobre Pelé? Un Garrincha venerado por todos sus contemporáneos e ignorado por quien fuese su compañero de equipo pues lo importante es escalar muy arriba, allá donde se fuerza a todos a mirar arriba y los escalones son las espaldas de quienes traicionamos.

De esa manera el desprecio toma nueva forma. Repudiar al contrario eliminando de su persona cualquier atributo positivo es uno de los más antiguos deportes del mundo y se juega simultáneamente en la cancha, la sala de prensa y en la calle. Así fue surgiendo lentamente uno de esos mágicos bajitos que ilusionaron al mundo con su pierna izquierda. Entremezclando la ficción con la realidad, su historia pasó tiene aires de leyenda, de esa predeterminación de novela naturista que nunca realmente arrancó en los pueblos hispanos pero que se esforzaba por dar alegrías a las clases bajas hasta llegar a ser aceptada por los burgueses. Leyenda consagrada en una cancha de fútbol por un gol glorioso a Inglaterra luego de uno anterior cuyo objetivo había sido envenenarlos con una trampa. Leyenda que como Sansón se autodestruye al momento de buscar en las drogas esa satisfacción que la realidad no le puede brindar. Así Maradona vive en un universo de fantasía en el cual es el principal protagonista y personalidad. Berreando para mantenerse vivo, viviendo de una sombra hace décadas apagada y con el fervor de quienes en su tierra lo adoran como un mito.

Al hablar del mito maradoniano habría más de uno que debería lavarse la boca. Sera pensar un poco para portar una piel que no es la nuestra, buscar en el dolor que no es nuestro y cobijarlo con una rabia que tampoco nos pertenece. Es tener todos estos sentimientos ahogándose en sangre, bebiendo lágrimas amargas pensando en los que ya no están… Ahí, en esas tinieblas, en ese dolor de hijo, padre, hermano y esposo es que súbitamente un balón extingue la superioridad del enemigo e inmortaliza como Dios a uno de los hijos de Villa Fiorito.

No importa que con el tiempo, en la tierra de Maradona, la tercera parte de la trinidad viniera al mundo para mostrar con una pelota como crear magia. Como transmitir en un simple juego sentimientos de orgullo, patriotismo e igualdad. Paradójicamente lo hace el rechazado, el migrante, el que tuvo que cambiar su patria por un lugar donde le brindaban la oportunidad de curarse y jugar al futbol. La luz que comienza a brillar casi de forma inmediata es propia y aunque no falten los detractores las cifras están ahí. Ese nuevo bajito ya superó con creces a las figuras históricas, demoliendo a su paso lo hecho futbolísticamente por el Maradona jugador. El problema es cuando lo comparan con el Maradona mito, apuesta nati-muerta pues no se puede competir contra una sombra irreal.

Siendo pragmáticos tampoco deseamos que se repitan las condiciones para que un par de goles de un privilegiado en el juego del fútbol hayan convertido tantas amargas lágrimas en un puñado de sonrisas desaforadas, de esas que quieren desafiar al tiempo.

Pero como nos cantan los poetas, “el tiempo pasa, nos vamos poniendo viejos” y en ese añejez vamos descubriendo pequeños tesoros que hasta entonces habíamos ignorado. De mi parte, aprender que el decano del fútbol uruguayo no es ninguno de sus dos grandes sino un equipo humilde llamado con el nombre antiguo de la tierra que engendró este deporte: Albión. Es saber que antes de tanto club real en la península, allá para 1923 ya existía el Real San Juan en Puerto Rico, es conocer que fue Suecia quien sin saberlo al determinar los colores de su bandera determinó los colores de Boca Juniors en Argentina.

Pero la memoria falla y desde todos lados hay presión para que olvidemos cosas que en su momento representaban grandeza, como aquel trofeo Teresa Carreño deseado por todos o los deportistas que se reventaban compitiendo por una bandera. Ahora el dinero hace que los estadounidenses jueguen partidos oficiales de baseball en cualquier país del área, que la NFL contemple jugar en Europa o que en un mismo año un campeonato español y un campeonato sudamericano se jueguen en otros continentes.

Lo curioso es como la indignación para cada uno de estos casos es vasta y la memoria corta. ¿En un mundo donde la Intercontinental en su momento decidió venderse al mejor postor y la mafia de las apuestas logra colocar a Corea del Sur en semifinales de un mundial realmente nos debemos sorprender del poder de Don Dinero? Tal vez con la euforia del futbol – nuestro moderno pan y circo – dejamos pasar por desapercibido que la FIFA exige a los países sedes del mundial que no le cobre impuestos e inversiones en los miles de millones de dólares. Así la FIFA es la única ONG sin fines de lucro que cuenta con más de 3.000 millones de euros en efectivo.

Que el dinero sea un factor importantísimo en el triunfo del mismo grupo de clubes no debe sorprenderle a nadie. Sí se piensan de las diferencias entre los equipos de una misma liga, solo observen el desarrollo del mundialito de clubes. Mientras unos sufren y tratan de mantenerse competitivos, otros van caminando porque no necesitan despeinarse gracias a su superioridad. De todas formas, si llegase a haber el riesgo de que podría perderse algún reinado para eso los hombres de negro (bueno del color de moda) que toman las decisiones se encargarán de dar el triunfo a los mismos de siempre.

Esto no implica, como escribí anteriormente, que se olviden de “que en la vida hay muchas cosas más que conspiraciones, embrujos, malos deseos, maldiciones judeo-masónicas que solo afectan a un club de fútbol: el tuyo.” Porque seguramente algunos de esos llantos pasajeros no estarán bien fundados porque se ha vuelto rutina quejarse por tener algo que mencionar, algo que compartir, pues después de todo las desgracias nos unen mucho más en la amistad que las celebraciones. Que mejor camaradería que la surgida de robos reales e imaginarios.

No quiero despedirme sin antes recordar dos estrofas de una hermosa canción que cada vez que la escucho me transporta a otra época, esa idílica que vivimos de niños en que todo era perfecto y simplemente precisábamos de una sonrisa o tal vez una mirada de nuestros padres para saber que todo estará bien:

Cambia lo superficial

Cambia también lo profundo

Cambia el modo de pensar

Cambia todo en este mundo

Lo que cambió ayer

Tendrá que cambiar mañana

Así como cambio yo

En esta tierra lejana

Lejanía que ha sido redefinida en las últimas tres décadas por la explosión comunicativa que nos ha dado la tecnología. Una explosión creadora de la más paradójica dicotomía que podríamos imaginar: la proliferación de repositorios, de esfuerzos para mantener la memoria viva y latente ante la adversidad de turno y, por otro lado, una herramienta sumamente eficiente para utilizar la sobreproducción de contenidos para reescribir la realidad, redefiniendo los códigos morales de las personas.

El resultado final es el mismo siempre: sentirnos inmortales, privilegiados y testigos de los momentos más importantes de la creación. Tal vez entre las sombras, en algún recóndito lugar de la memoria podremos rescatar del olvido que vivimos como resultado de un conocimiento cumulativo y que antes de un James hubo un Valderrama, que los valiosos goles de Forlán palidecen ante lo logrado por Ghiggia o que River Plate tuvo en sus filas a un Di Stefano que revolucionó durante años el fútbol de su época.

Referencia

Imagen es de Pixabay.

Una versión distinta de esta columna fue publicada en DiarioAMde España.

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