Las pasadas tres décadas me han enseñado algo muy importante: hay mayor interés en América Latina y el Caribe respecto a preocuparse por la forma y no en el fondo de las cosas. El diseño de las cosas resulta más importante que las soluciones que supuestamente generarán. Impresionar a los sentidos por medio de la tristeza transformada en solidaridad para con un simple anuncio transmutarla en alegría tiene más valor que investigar cuanto del florido discurso se convirtió en realidad.

Parte de esta fascinación deriva del deseo de muchos servidores públicos de ofrecer un mensaje positivo sobre todas las cosas y no hay mensaje superior al decir que un país se encuentra progresando, dando grandes pasos hacia la modernización o hasta figurando como líder a nivel internacional. Pero ellos solo actúan cumpliendo la ley de la oferta y la demanda, ofrecen buenas noticias porque un gran sector de sus constituyentes desea consumir esperanzas.

Aún recuerdo como si fuera ayer una conversación que entablé con un abogado quien me decía desear la existencia de un periódico que suministrara solamente buenas noticias. Me resulta inevitable imaginar un Goebbels sonriente cuya misión de moldear el pensamiento sigue siendo exitosa. Sin embargo, todo tiene un costo en la vida – hasta para respirar se debe tener a los pulmones trabajando sin cesar.

El precio del tan popular positivismo extremo es crear un espejismo que solo el tiempo clarifica. Al final de cuentas, si todo funciona a la perfección y el país lidera todas las métricas reales e imaginarias entonces los problemas existentes no pueden ser identificados y los venideros no pueden ser prevenidos. ¿Acaso es necesario estar congratulando ministros, secretarios, diputados, senadores, alcaldes, presidentes, congresistas o gobernadores porque han cumplido con el trabajo para el que fueron elegidos inicialmente?

Tal vez una manera de prevenir la comercialización de espejos sea por medio de la elaboración de estadísticas que reflejen la realidad del mercado. Son éstas las que tienen que ser revisadas no solo para actualizar los números sino también para ver la validez de los datos recopilados frente a los cambios que fuerza la innovación tecnológica. Aquí es importante hacer una salvedad para pedir que las estadísticas sean provistas por un cuerpo totalmente autónomo y en lo posible apolítico, contando con una plana ejecutiva que posea una trayectoria académica probada en las áreas relacionadas a las métricas a ser recopiladas pues serán ellos los encargados de desarrollar las metodologías necesarias para este fin.

Hay que evitar las intervenciones del poder ejecutivo de turno para moldear los resultados estadísticos que provee el ente gubernamental creado para este fin. No se puede revivir lo sucedido en un pasado reciente en Argentina. También hay que ser conscientes de que las variables que eran importantes a finales del siglo pasado pueden ser irrelevantes en la actualidad. Por ejemplo, observar reportes estadísticos actuales producidos por el gobierno de Puerto Rico es como sumergirse en una cápsula del tiempo que nos transporta al pasado.

Asimismo, cualquier variable que se incluya en el relevamiento estadístico tiene que ser explicada ya que los investigadores al momento de hacer comparativas tienen que poder comparar elotes con elotes. Esto aplica tanto al sector público como el privado pues de esta manera se evitan números sorprendentes como los que hace poco más de diez años se publicaban sobre Colombia acerca de la penetración de los servicios de televisión por hogar: las altas cifras solamente comenzaban a hacer sentido cuando se apreciaba en la metodología que los investigadores solo consideraron las características de los seis centros urbanos más grandes del país (alrededor del 35% de los hogares colombianos).

También es importante que las personas a cargo de dirigir la agencia de telecomunicaciones del país puedan tener una pizca de decencia y no comiencen a manipular la metodología para inflar el avance logrado localmente. A principios de siglo uno de los chistes más comunes entre los analistas de telecomunicaciones consistía en que si colocábamos todas las penetraciones de servicio que nos mencionaban distintos funcionarios de gobiernos y vendedores del sector privado, el resultado era que el peor país latinoamericano debería tener una penetración de 500% pues nunca había obstáculos, desafíos o pobreza. ¡Qué mucho hemos caminado desde esos días!

Tampoco es sorpresa que en varios países de la región ser nominado a dirigir el ente regulador de telecomunicaciones es un premio político para aquellas personas que fueron fieles al candidato a primer mandatario que se alzó con la victoria. Muchos de ellos ven este nombramiento como un escalón más en su vida política, claramente a algunos les ha ido mejor que a otros. De todas formas, quienes deciden manipular o presentar de forma errónea la información lo único que logran es administrar un placebo para mantener al pueblo calmado. Un placebo que, en lugares como Venezuela, no siempre funciona al ser desmentido por periodistas que reconocen la mentira gubernamental en todo lo referente al área de las telecomunicaciones.

¿Se justifica la mentira que solo sirve para hacer progresar al individuo que miente pues su posición es primar las buenas noticias y posicionarse como el creador de todas ellas? ¿Se comprenderá el precio que esto representa o continuaremos como corderos al matadero con confianza ciega en nuestro pastor digital? ¿Si nada anda mal no hay necesidad de inversiones para corregir problemas que supuestamente no existen? El precio que a largo plazo paga un país por los vítores y aplausos del ahora.

De todas formas, el tiempo es el ajusticiador que tarde o temprano coloca a todo el mundo en su lugar y esas buenas noticias que llenaban de orgullo, en momentos de dificultad, se revisitan para ponerse a prueba. La llegada de un evento inesperado hace ver de forma bastante obvia que los altos números de uso de Internet no incluían la velocidad y dispositivo utilizado. Del mismo modo, eliminar un gran porcentaje de la población al momento de medir la penetración de un servicio sirve para colocar una cifra en el papel inservible para tomar medidas e invertir.

No es justo que los gobernantes se acuerden de las poblaciones rurales en momentos de crisis, mientras los van ignorando en años de vacas gordas. Parecería necesario recordarles que cuando se habla acerca de la necesidad de que todos los segmentos de la población puedan acceder a una serie de servicios básicos de telecomunicaciones, también se habla del campo. No es suficiente que repentinamente quienes no contaban para las estadísticas nuevamente pasan a ser parte de la población, una adición inesperada que quiebra el espejo de ilusiones tan metódicamente construido para vender una imagen de papel maché. Luego tienen el descaro de declarar que rechazan los populismos cuando son sus principales protagonistas.

El absurdo llega cuando uno recuerda que varios de los principales manipuladores de estadísticas representan al grupo más sonoro que clama por las telecomunicaciones como derecho humano. Lo inentendible es como por medio de sus acciones, no su voz, activamente demoran fomentar que quienes desean estar conectados, pero no lo pueden costear puedan tener alguna posibilidad para hacerlo. ¿Cómo bajamos los costos de acceder a las telecomunicaciones? ¿Cómo logramos abaratar los costos de mantener utilizando los servicios?

Los últimos meses han servido de prueba en muchos sitios donde se vendían realidades de acceso a la tecnología que distan de la verdad. Mientras las fogatas verbales, primordialmente urbanas, producen humo repleto de las bondades de la teleeducación y el teletrabajo, las zonas rurales viven una realidad alterna. La simple diferencia generacional del teléfono celular que posee una persona impone numerosas limitaciones acerca de lo que puede lograr en acceso a aplicaciones o servicios gubernamentales.

Pensando en el mundo del COVID19, el tipo de acceso a Internet de cada persona dictará el tipo de servicios al que tenga acceso sean de gobierno electrónico, financieros, laborales o de superación personal. Si algo ha hecho esta diabólica enfermedad es resaltar las numerosas brechas digitales existentes y exacerbar las diferentes entre las clases sociales. ¿Cuántas personas pueden realmente entrar al mundo de la economía digital en pleno 2020? ¿Cuántos hospitales rurales se beneficiarán de los avances en telemedicina? ¿Cuántas escuelas ubicadas en las zonas más pobres de nuestra América Latina podrán brindar una alternativa virtual a sus estudiantes?

Acaso olvidamos que para enviar abrazos digitales es necesario que el destinatario objetivo posea un dispositivo con pantalla audiovisual y una conexión a Internet de banda ancha. ¿Cómo lograrlo en países con altos niveles de pobreza y tan poca voluntad para atacarla? Ni excluir a quienes menos tienen de las estadísticas para “quedar bien”, ni burlarse de las clases altas sirve para colocarle pan en la mesa a nadie. ¿Cuándo llegará el momento en que se acabe la retórica y comiencen las acciones?

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