Hay palabras que sirven para mostrar la dualidad existencial que nos rodea, por ejemplo, crepúsculo. Esa raya de luz que antecede la llegada o partida del sol, el preludio de la claridad del día o la oscuridad de la noche. El estatus quo que precede al cambio.
El mundo de las telecomunicaciones parece vivir en un sempiterno crepúsculo. El tiempo es estático, los años no pasan, las enfermedades del sector no varían, por ende, las medicinas para su recuperación tampoco. Los cambios que se observan son cosméticos, acrónimos nuevos que prometen las mismas bondades. Evoluciones generacionales que no terminan de cumplir lo que sus antecesores prometieron por diestra y siniestra. Como Godot, telecomunicaciones desea moverse manteniéndose en su misma localidad.
Sin embargo, no todo se mantiene igual. Las promesas vienen acompañadas de nuevos diseños, imágenes más nítidas y efectos especiales cada vez mejores. Conceptos como telefonía o Internet comienzan a verse caducados ante la llegada de los ecosistemas de conectividad, las plataformas de banda ancha y la transformación digital. Hemos pasado de un antropocentrismo digital preludiado por Sartori a la imaginación de territorios inteligentes preludiados en los textos de teorías de urbanización.
La tecnología se transmuta constantemente para convertirse en vellocino de oro, caja de pandora o panacea, según el interlocutor y el recipiente de sus servicios. Por lo tanto, es sumamente necesario impulsar la cobertura de las tecnologías, incrementar el número de personas que pueden acceder a las diversas plataformas de servicio. De esta forma, la población podrá utilizar las herramientas digitales que tienen a su disposición para mejorar su vida. Así es, beneficios sin fin que se producen simplemente con llevar servicios de telecomunicaciones a la selva o la cordillera, a los páramos, islotes o desiertos.
Obviamente esto no surge de la nada. Tiene que existir un centro de comando que planifique todos los esfuerzos. Esa mirada omnímoda que decida sobre el futuro digital de cada individuo. De esta forma, en el mejor de los casos, se consultan libros de textos, se estudian iniciativas que han sido exitosas en otras latitudes y se trata de imponer localmente las mismas medicinas recetadas para males similares pero distintos. Desde arriba, desde el trono que brinda la urbanidad para conocer detalladamente las necesidades de los territorios apartados, de las islas aisladas. Así, sin diferencias a los monarcas benévolos del Inca Garcilaso de la Vega, la civilización de Sarmiento, o los cesares del Imperio Romano ante los bárbaros. La metrópolis siempre conoce mejor a la periferia que sus propios habitantes.
Precisamente, es este conocimiento el que manda y gobierna. Este acercamiento es el que ha dictado, dicta y seguirá dictando la política pública y regulación. Una verdad que abriga al sector de las telecomunicaciones y a las tecnologías de información y comunicaciones (TIC).
Aspiramos a vivir en un entorno digital con reglas y gobernantes analógicos. La tecnología sirve para hacer promesas de crecimiento en los discursos, no para ser reconocida como elemento esencial en cualquier plataforma de crecimiento económico o de modernización sectorial. El conocimiento no es necesario para dirigir al sector, se priman las lealtades políticas relegando a las entidades gubernamentales encargadas de estimular la adopción de nuevas tecnologías a ser comodín para el pago de favores o alianzas políticas.
Mientras permanezca el desconocimiento entre muchos de los líderes sobre el rol protagónico y transversal que juega la tecnología, será muy difícil cambiar el antiguo modelo de enfoque de arriba hacia abajo que domina la política de las TIC y las telecomunicaciones.
Se precisan una visión integral donde las bases puedan comunicar abiertamente sus necesidades. La tecnología permite a la periferia tener una voz que hable sobre lo que es importante para cada una de sus regiones. Se necesitan líderes digitales con visión ecléctica para un ecosistema digital al que puedan atender de forma holística con la ayuda de los distintos actores del mercado.
Se hace necesario dejar de pensar en cobertura y comenzar a primar la accesibilidad, pero una accesibilidad tanto para bienes tangibles como intangibles. De lo contrario, continuaremos escuchando promesas que endulzan el oído pero que poco hacen para resolver los problemas.
Hay que salir del crepúsculo donde se diagnostican siempre las mismas enfermedades y se recetan las mismas medicinas. Hay que hablar de telecomunicaciones y TIC en las mismas oraciones en las que se comenta de planes de desarrollo económico, iniciativas de masificación de servicios de salud y de mejoras en la democratización de la educación.
La alternativa ya la estamos viviendo.