Hace pocos días tuve el privilegio de una vez más participar en Futurecom, el congreso de telecomunicaciones que históricamente se ha considerado como el más importante de América Latina celebrado anualmente en Brasil. Como cualquier feria de tecnología, el evento contaba con un componente de exhibiciones donde algunas de las principales empresas de tecnología a nivel global mostraban a los interesados los avances que en la próxima década comenzarán a ser desplegados alrededor del mundo.
Desde carros autónomos a antenas inteligentes, el observador podía observar un sinfín de justificaciones para los seres humanos quedasen hipnotizados ante las posibilidades de la próxima generación móvil, pilar esencial en la digitalización de nuestro diario vivir.
Aunque la parte visual de la feria parecía ubicarse lejos de las palabras de los distintos oradores, quizás su verdadera contribución fuese resumir en unas pocas imágenes lo dicho y repetido en incontables minutos, presentación tras presentación. Por ejemplo, una ilustración de un cable de fibra óptica desde Brasil a Angola sirve para resaltar la necesidad de incrementar la redundancia en rutas de transporte y vías alternativas para llevar y recibir tráfico de distintos destinos.
Depender de sistemas de fibra óptica con una cobertura geográfica definida mayormente por las necesidades de los países del hemisferio norte no es necesariamente el acercamiento más óptimo o barato para numerosas economías latinoamericanas. Sobre todo cuando la digitalización será erguida bajo cimientes de fibra óptica y espectro radioeléctrico que en su mayoría aún no ha sido asignado.
Como era de esperarse, los temas abordados durante mi participación en el congreso incluían transformación digital, infraestructura y armonización de esfuerzos regulatorios para poder llevar los servicios de telecomunicaciones (junto a todo ese paquete de bondades identificado por los expertos) a las regiones más apartadas, con menos densidad poblacional y bajo poder adquisitivo del país. Llevar ese paquete de medidas que promueven desarrollo a ese mundo aislado del resto de la sociedad, que es quien precisamente necesita la mayor cantidad de herramientas posible para mejorar su calidad de vida. En ocasiones, para sentirse finalmente parte de esa creación imaginariamente pasional llamada estado.
Mi participación en un par de charlas abiertas con distintos actores del sector de telecomunicaciones me brindó la oportunidad de conversar con representantes de las autoridades encargadas del sector de telecomunicaciones de Brasil, Colombia, Costa Rica, Perú y Uruguay; como también ante el representante de la Comisión Interamericana de Telecomunicaciones de la Organización de Estados Americanos.
Los temas identificados como neurálgicos son los que hemos estado escuchando hace varias décadas: armonización de espectro radioeléctrico a nivel regional, necesidad de inversión en todos los segmentos del sector de telecomunicaciones, armonización regulatoria en lo relacionado al despliegue de infraestructura, mejor gestión de espectro radioeléctrico a nivel nacional y el rol de las telecomunicaciones como un elemento recaudatorio a corto plazo o de desarrollo económico y social a largo plazo.
Como era apropiado en cada una de las intervenciones por representantes del gobierno, se reiteró a la audiencia que por medio de la digitalización de todos los segmentos productivos de la economía se pueden generar eficiencias que permitirían abaratar costos y expandir la cobertura de servicios de primera necesidad a segmentos de la población que hoy no los reciben.
Aquí siempre hacia un alto para recordarle a los presentes sobre la necesidad de aterrizar los conceptos, darle un valor terrenal a las redes de telecomunicaciones para otorgarle ese grado de falibilidad tan necesario para su subsistencia a largo plazo. Dos veces dije que contar con tecnología de punta para ofrecer servicios de acceso no es suficiente para garantizar el adelanto de un país, la inversión en desarrollo tecnológico debe ser acompañada por planes de contingencia que tomen en consideración múltiples escenarios de fenómenos naturales que podrían interrumpir el servicio.
La automatización de las redes y servicios sin la intervención humana en casos de desastres naturales poco es lo que puede lograr. Se precisa de estudios de logística que determinen las prioridades de acción para salvaguardar la seguridad de la mayor cantidad de personas posibles. Asegurar que las redes de comunicación, por cualquiera de sus variantes, cuenten con todos los elementos necesarios para seguir funcionando y de esta forma ayudar en la coordinación de los esfuerzos de rescate.
Simplemente, el discurso de la digitalización se hace nulo si las redes no funcionan por lo que es imperativo que este tema tan poco atractivo sea abordado por las autoridades pertinentes. En dos ocasiones distintas mencioné lo anterior dando como ejemplo lo sucedido en Puerto Rico luego del paso del huracán María. En dos ocasiones los distintos oradores decidieron continuar con su discurso institucional en lugar de hablar de digitalización ante la recuperación en caso de desastres.
Todo, todo está desierto, el pueblo está muerto de necesidad, ¡ay! de necesidad.
Se oye este lamento por doquier, en mi desdichada Borinquen, sí.
Cuando hablamos de digitalización tenemos que abordar dos aspectos esenciales para su discusión. El primero, se refiere a los montos de inversión para materializar los múltiples conceptos en los que se imagina el mundo conectado, independientemente de si el interlocutor se refiera a un Internet de las Cosas rústico o a varias metrópolis completamente conectadas, donde la automatización del trabajo va en conjunto de la analítica y todos los otros conceptos que se anidan bajo las palabras Big Data.
El segundo aspecto a ser considerado es el marco legal existente. Saber si la regulación, como está escrita, fomenta o inhibe el desarrollo digital. Usualmente este aspecto se centra en dialogar sobre normativas de armonización en el despliegue de infraestructura, revisión de tasas impositivas y esfuerzos por la asignación de cada vez más bloques de espectro radioeléctrico y cómo se pueden crear vías de apoyo a la infraestructura digital.
Mientras el dialogo anterior se va gestando, otros elementos del mundo digital tienen que ir concretándose para que este se haga realidad. Un tema de interés para todos, pero arropado en silencios se refiere a todo lo relacionado con la seguridad. ¿Cómo llegar a ese punto donde la toda la vida se registra en formato binario sin la preocupación de accesos no autorizados a la existencia digital? ¿Cómo llegar a un acuerdo de intercambio de datos que no viole derechos de privacidad? ¿Cómo manejar las diferentes interpretaciones legales de la propiedad intelectual en el ciberespacio creado por autos autónomos, realidad aumentada e implantes en la piel? ¿Cómo digitalizar evitando revivir en las Americas la parálisis de Estonia ante un ciberataque a los espacios digitalizados de su infraestructura energética?
Es como apostar por Messi y tirarlo a la cancha sin una pelota.
Lo tangible, aunque parece ser un elemento marginal de la digitalización, sigue siendo su columna vertebral. La inversión de la que se habla es mayormente en fibra óptica permitirá el transporte de datos de forma rápida ya sea desde las antenas hasta la red dorsal nacional, desde la red dorsal hacia destinos internacionales o hasta los hogares de los privilegiados económicamente y que pueden costear altas velocidades de Internet. Pero no puede haber desarrollo en transporte de capacidad u oferta mejorada de conexiones de acceso si no se habla de forma clara de las ventajas existentes en el almacenamiento local de contenidos. No se trata de reducir la dependencia en otras regiones, es abaratar la estructura de costos y tener mayor control en los contenidos.
Al menos varios mercados del Caribe ya reconocen la importancia del hospedaje local de contenidos y el por qué los servidores espejos como método de redundancia son importantes. Pero mientras que en las Islas Vírgenes Británicas el concepto de un IXP siempre se ha visto desde una perspectiva positiva, en el pasado propuestas similares en Venezuela se enfrentaron a la sospecha política y renuencia de los distintos actores del sector.
El contexto local sí importa, es necesario definir múltiples caminos hacia la digitalización.
Tampoco nos hemos de hacer sordos, ni olvidadizos en cuanto a los 200 a 300 dólares mensuales en salario mínimo (antes de impuestos) que caracterizan a América Latina, tampoco puede obviar la existencia de una economía informal que mantiene a flote a más de un país.
Seguramente el niño con hambre que vende dulces en el semáforo entiende poco de la economía digital. Seguramente su madre que no cuenta con el lujo de enfermarse para evitar que su casa pase hambre nunca ha escuchado que es la bancarización. Seguramente a los politiqueros de turno no les haga ninguna gracia escuchar los cambios posibles a favor del bienestar social que son alcanzables por medio de la apropiada implementación de tecnologías de información y comunicaciones.
La mayoría de los foros sobre digitalización se resumen a llover sobre mojado, convencidos evangelizando a creyentes. Importa más saber quién es pionero a como amoldar una misma solución a distintas realidades. Democratizar la conversación suena como el siguiente paso a seguir, pero lograrlo requiere de fondos y numerosas explicaciones que hagan sentido en la región con la peor distribución de riqueza del mundo.
No deberíamos sorprendernos si antes la enumeración de beneficios de la digitalización alguien se atreviese a responder al ser cuestionado si la banda ancha contribuye al desarrollo económico de un país: tal vez sí, y tal vez no. Pero es seguro que quien primero se conecta es el patrón.
Referencias
Las canciones citadas son “Lamento Borincano” de Rafael Hernandez y “Preguntitas sobre Dios” (modificada para este blog por el autor) de Atahualpa Yupanqui.
Mapa de Puerto Rico: FCC
Imágenes de Pixabay.