El mundo digital crea oportunidades para todos, tanto para quienes buscan divertirse y compartir momentos memorables con seres queridos hasta aquellos que por medio de la analítica la utilizan para vigilar a las personas. Individuos como Edward Snowden, Chelsea Manning y Julian Assange, en su modo particular, nos advirtieron de como el ciberespacio se utiliza para transgredir nuestra privacidad.
La proliferación de usuarios de redes sociales ha servido para mitigar cualquier preocupación existente sobre espionaje y otras violaciones a nuestros derechos inherentes como seres humanos. Pensar que hace menos de cien años, las agencias de inteligencia gastaban miles (en ocasiones millones) de dólares buscando información que les permitiera construir un perfil con menos información que la cantidad promedio que guarda un usuario de Facebook.
El ciberespacio posee un lado oscuro del que casi no se escribe, un mundo donde los personajes adoptados reflejan los deseos y fantasías del usuario. Es donde el lado más oscuro de la raza humana se rebela dando lugar a pedófilos, contrabandistas y fanáticos del odio. Lo curiosos es el silencio que típicamente acompaña a estos engendros cuando se develan sus acciones. Es por tal razón que usualmente una persona muestra sorpresa al leer que Facebook ha sido utilizado para fomentar el genocidio contra la población musulmana de Myanmar, los rohingya. Ni siquiera el mea culpa de la red social en este asunto sirvió para divulgar el lado tenebroso de las redes sociales.
Pero todo parece indicar que todo lo anterior era tan solo el inicio de como las percepciones han ido mutando debido al mundo digital. Anteriormente se recurría a mentir o ocultar un pedazo de realidad, en el mundo en que caminamos hace ya varios años donde esto ya no es necesario. Un fenómeno cada vez más presente en nuestra vida es el que ha llegado a su epitome con personajes como Donald Trump y su tribu de secuaces que cacarean sin parar frases como “datos alternos” o “noticias falsas” para de forma inmediata presentarse como víctimas de una persecución mediática impulsada por sus enemigos.
Precisamente sobre este mundo donde lo importante no es comunicar una idea sino confundir, sembrar la duda para que cuando la verdad golpee a la puerta esta sea ignorada, es que nos habla el británico de origen ucraniano Peter Pomerantsev en su libro “Esto no es propaganda: aventuras en la guerra en contra de la realidad”.
El autor, periodista de profesión, se da la tarea de investigar el mundo de las noticias falsas para intentar definir su origen y alcance actual. Esto lo lleva por un peregrinaje en el que las paradas son múltiples e incluyen Indonesia, Inglaterra, Ucrania y México, entre otros destinos. En cada uno de estos destinos describía como el trabajo de quienes ejercen el poder se enfoca en utilizar todos los medios a su disposición para tatuar una percepción del mundo totalmente contraria a la realidad en el peor de los casos o simplemente confundir para dividir y conquistar en la mejor de las situaciones.
La receta para confundir es simple, primero está apelar al nacionalismo más radical reescribiendo la historia para mostrar como en un pasado idílico se estaba mejor que en el presente. Luego, se identifica al culpable del desmoronamiento social, el desempleo y la pobreza: el otro. Cuando está más evolucionado el discurso gracias al apoyo casi total que se obtiene, comienzan las alegaciones de superioridad étnica de algunos grupos. La histeria se vuelve colectiva y es el que se ve diferente, el que habla con acento o se atreve a analizar la información que se le brinda quien representa al enemigo.
El éxito de crear un discurso alterno, según Pomenrantsev, llega a su absurdo más sublime en Ucrania en los pueblos que sufrían de los bombardeos del ejercito ruso. Pueblos que dependían para recibir todas sus comunicaciones de transmisiones de origen ruso y que manifestaban que los bombardeos provenían de las autoridades militares ucranianas. De esta forma, las victimas se culpaban así mismas de su desgracia pues muchos de ellos han sido entrenados a creer todo lo que se escucha en la radio o la televisión. Cuando la noticia que emana de estos aparatos no corresponde al evangelio político que por tantos años se ha aprendido es porque los medios noticiosos han sido cooptados por un enemigo que solo ofrece noticias falsas.
El autor incluye en su relato el ejemplo de una activista mexicana que con el seudónimo de “La Felina” utilizaba Twitter para denunciar los actos criminales de los narcos mexicanos en Tamaulipas. Hasta que un día estos lograron identificar a la activista y antes de asesinarla utilizaron su cuenta de Twitter para amenazar a quienes se atrevan a usar las redes sociales para dar cobertura a crímenes que algunos medios noticiosos ignoraban. Las palabras tienen poder, si no se pueden controlar o desvirtuar el interlocutor es eliminado.
Otros ejemplos de Pomenrantsev incluían como el mundo de la desinformación digital se hace cada vez más común en la política internacional. Aquí no se limita a los casos que se dieron a conocer por medio del escándalo de Cambridge Analytica sino que también menciona como administraciones con distinto pensamiento político han recurrido a bots (“creadores de consenso” como se le definen en el libro) en redes sociales como herramientas para difundir su mensaje y desprestigiar el de sus contrincantes. Por ejemplo, en el caso de México los bots han sido utilizados en las últimas dos campañas presidenciales por los eventuales ganadores: Enrique Peña Nieto y Andrés Manuel López Obrador.
Si uno se distancia del mundo electoral, es claro que comienza a notar en distintas industrias la emulación del principio de confunde y triunfarás. Lo importante no es divulgar la verdad sino crear duda en aquella realidad que no nos conviene. Los elementos utilizados siempre son los mismos: buscar una diversidad de voces que respondan a un mismo discurso para crear el espejismo de diversidad, clamar una objetividad inexistente y nunca responder de forma directa aquellos temas que pueden exhibir la tergiversación. Es un juego donde la complejidad de los negocios se reduce al bando de los buenos y los malos.
Curiosamente el consumidor nunca es parte del bando de los buenos, solo un peón a utilizarse a conveniencia según el tema de fondo. La cobertura de una multa no narra el impacto negativo que tenía hacia los consumidores el comportamiento que se intenta corregir sino el dolor que causará en la empresa el castigo que obtiene porque no cumplió las normas establecidas.
De esta manera, al igual que los trabajadores que durante el mundo soviético estaban encargados a reportar una actualidad solo existente en un libreto, los interlocutores utilizan las plataformas que tienen a la mano para victimizar empresas que han sido multadas o simplemente reducir a engreimientos y venganza las decisiones adversas que haya podido emitir una entidad de gobierno al analizar un tema de interés para diversos actores del mercado como el sector privado y la sociedad civil.
Nada de lo anterior es novedoso, si un áspero grito de noticias falsas lograr enterrar la voz de diecisiete agencias de inteligencia de Estados Unidos imagínense que podría lograr un discurso jingoísta y xenofóbico en cualquier mercado de América Latina.
Es increíblemente triste reconocer que no estamos muy lejos de traducir el prejuicio en violencia.