Como ya te debes imaginar me llaman la atención todos los temas que giran alrededor del desarrollo por medio de la tecnología. A veces lo plasmo por medio de la oferta de contenidos sobre cursos y en otras sobre las medidas que pueden tomar los gobiernos en torno a la libertad de expresión en el Internet.

Para mí todos estos temas se relacionan. Si te sientes preocupado de que alguien puede estar leyendo tus comunicaciones puedes autocensurarte. ¿Realmente se puede aprender de un curso por Internet de historia o filosofía si el estudiante se autocensura?

Pero no soy iluso. Estoy consciente de que muchos de estos problemas no desaparecerán. Todo lo contrario, creo que se empeorarán hasta llegar a niveles insospechados. También considero que muchas veces por centrarnos en los contenidos nos olvidamos que para poder enviarlos o recibirlos necesitamos de la existencia de cables, antenas, torres, portátiles, teléfonos y una conexión de Internet. Todo lo que te puede molestar porque afea tu barrio o simplemente por lo cara y lenta que resulta ser la conexión.

¿Cómo puedes trabajar, estudiar o ver videos si es imposible conectarse? ¿Cómo te pueden violar la privacidad en Facebook si es imposible abrir la página? Y hasta llegas a pensar que esto no pasa en Estados Unidos o Corea donde la conexión a Internet es mejor.

Cuando hablamos del sector latinoamericano de telecomunicaciones muchas veces nos gusta compararlo con los avances alcanzados en mercados desarrollados como Estados Unidos, Japón o Reino Unido. El comentario más repetido que se escucha indistintamente del servicio es que en la región los costos de los servicios son mucho más altos. También es común oír comentarios sobre cómo los niveles de adopción de servicios (banda ancha, televisión paga o conexión móvil) distan mucho de los que vemos en Europa.

Las críticas no se frenan en la oferta de servicio, pues luego de esta primera fase se comienza algo que denomino como melancolía tecnológica y que básicamente se refiere a desear la llegada de teléfonos, servicios o hasta empresas que uno observa al viajar a otras latitudes.

Luego de la melancolía viene la rabia. Aquí ya la conversación se limita a identificar a los culpables que casi siempre son los prestadores de servicio y en menos grado el gobierno. Es por su culpa que casi no hay conexiones superiores a los 20 Mbps, que no hay servicio móvil ilimitado o que, mientras todo en Estados Unidos parece tener cobertura LTE, en la región se ve como una realidad limitada a unos pocos que sí pueden costearlo.

Lo anterior sirve para describir cualquier mercado de América Latina, sólo cambie el nombre de los operadores o del regulador y las cifras de penetración de servicio que se observan localmente; sobre todo cuando hay numerosas fuentes de información comparativa que sirve para mostrar el atraso tecnológico de cada día.

Y estoy consciente de que es cierto. América Latina no sale bien parada en comparativas de adopción de servicios con países desarrollados. Y digo esto teniendo en cuenta que yo también he sufrido de la melancolía tecnológica, pero también soy consciente de que los procesos de desarrollo entre los países a los que se hace referencia son totalmente distintos.

Puedo tener un servicio excelente de banda ancha o la mejor velocidad que una conexión LTE me puede brindar, pero si me quedo sin electricidad por varias horas termino completamente desconectado. O recibir en un plan gubernamental de conectividad un nuevo computador o tableta, pero si no recibo capacitación sobre cómo se debe utilizar para complementar mis estudios no me sirve de mucho. Sobre todo si los maestros tampoco reciben capacitación, los dispositivos no vienen con contenidos educativos y no hay un plan de actualización de software o reparaciones disponible.

Desde una perspectiva histórica, la evidencia muestra que el número de hogares que cuenta con una conexión telefónica en Estados Unidos es infinitamente superior al que se refleja en América Latina. Y desde una perspectiva puramente económica, observamos que las diferencias en ingresos entre los hogares de los países avanzados permite a los segmentos de bajos recursos a acceder y costear equipos que pueden acceder al Internet, mientras que esta propuesta no es viable en América Latina por las enormes diferencias que hay en la distribución de la riqueza.

Por último, es cierto que hay grandes diferencias en la oferta de servicios o de equipos que se observan entre distintos países. Pero también es cierto que hay elementos como impuestos de importación, tecnologías seleccionadas, número de licencias otorgadas, autorizaciones para la construcción de infraestructura, cantidad de espectro radioeléctrico asignado y número de salidas internacionales para tráfico que juegan un papel determinante en el tipo de servicio que se ofrece en los países de la región.

Los orígenes de la melancolía tecnológica son diversos, pero es indiscutible que para llegar a su cura hay que mejorar los estándares de vida y remuneración que reciben los hogares de la región.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

Perfiles en Redes Sociales
Cerrar