La primera vez que fui a una reunión política tendría apenas unos cuatro a cinco años y en el cuarto estaban algunas figuras que reconocía de la televisión. Para mi fue una experiencia fascinante, diminuto entre gigantes no tan solo en tamaño sino en presencia e impacto histórico. Luego de la reunión, de la que pude escuchar muy poco pues a los niños nos enviaban a otro lado, le preguntaba a mi padre si realmente iban a lograr hacer tantas cosas por el país y lo buenas que eran esas personas que quieren mejorarnos la vida. Aún recuerdo la sonrisa bonachona de mi padre cuando me miraba, seguramente pensando algo sobre la ingenuidad de los niños, para luego comentarme: “no importa quien sea la persona en el poder que haga la promesa, toma tu tiempo para juzgarlos por sus acciones no por sus palabras. Prometer es fácil, actuar y cumplir es muy difícil”.

Esas palabras hoy más que nunca resuenan en mis oídos al escuchar las maromas que suceden en medio del COVID-19. Desde un cisma en el Instituto Federal de Telecomunicaciones (IFT) donde el presidente interino ha quedado aislado del resto de los comisionados hasta el recuerdo de una agenda digital que por el momento existe en papel y forma digital. Situaciones con una gran similitud: quien pierde es el ciudadano.

Obviamente, son circunstancias que requieren liderato desde lo más alto. Uno de esos momentos en el que la autoridad puede brillar por sus acciones. No obstante, tanta ausencia de liderazgo nos hace pensar que vamos de eclipse en eclipse.

Ante la cuantiosa incertidumbre que se va sembrando poco a poco en el mercado, entre una debacle macroeconómica y una pandemia, ¿qué mensaje se le puede estar enviando a aquellas empresas que invierten constantemente en el mercado de telecomunicaciones local? No hablo tan solo de los grandes operadores nacionales o de aquellos regionales que cuentan su presencia en varios estados y el mercado potencial en cientos de miles o millones de usuarios, también de aquellos pequeños operadores regionales que no tienen el bolsillo necesario para aguantar tantas crisis seguidas.

Sin embargo, todo vaso tiene un límite hasta que se comienza a desbordar. La situación de la industria de telecomunicaciones no es positiva y los resultados financieros publicados por distintas empresas son un fuerte indicador de lo mal que la está pasando el sector privado y la cantidad creciente de usuarios que se va quedando sin servicios de comunicación. Lo anterior en un México que superó los 362 mil casos de COVID-19, las cuarenta y un mil muertes y ya comienza a reportar de forma desgraciadamente frecuente más de seis mil nuevos enfermos diariamente. En otras palabras, la situación del país durante el segundo trimestre de 2020 era un paraíso en comparación de los que están viviendo los operadores en estos momentos.

Quizás sea necesario traducir un poco el impacto de esta situación: menos inversión en el sector de telecomunicaciones por parte de las empresas que están siendo golpeadas en sus ingresos, menos incentivos para participar en procesos de subasta y menos cantidad de dinero generado para las arcas del gobierno. Dicho de otro modo, el acercamiento gubernamental puramente recaudatorio que primaba en el sector de telecomunicaciones ha encontrado un freno enviado por la madre naturaleza.

Personalmente me preocupa conocer cuál será la estrategia del gobierno cuando se enfrente a menores ingresos tanto del sector de telecomunicaciones como de otros segmentos de la economía nacional. Si en el pasado cercano se contabilizaban y distribuían computadores como pedazos de pizza.

Por el momento, el COVID-19 ha servido para muchas cosas entre ellas ser cortina de humo para muchas promesas enfocadas en mejorar la conectividad del país, mejorando la adopción de nuevas tecnologías por quienes más las necesitan. La verdad es que con o sin pandemia, la ineptitud reinante hace que piense que no habría mucha diferencia en las acciones tomadas para reducir las brechas digitales. Tal vez lo único que da ánimo es ver como el IFT lucha para mantener su independencia, ojalá perdure, aunque les toquen más de mil Brutus.

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