El mundo en que vivimos es de noticias bombásticas, un lugar donde la atención dura menos que la letra de una canción. Lo importante parece medirse en la extensión de una tendencia en Twitter. Padecemos de un vil mal, el de vivir una realidad compartimentada que suele ser determinada por redes sociales.

La indignación ha tomado características binarias, donde el apoyo u oposición a un tema se define con alguna foto en la que se superpone algún diseño (usualmente una bandera). Lo ajeno se percibe más distante, lo que no es importante en el mundo digital no merece atención en nuestra existencia tangible. Hay que irritarse en colectivo para mostrar la solidaridad, alegrarse en grupo para proyectar humanidad, vivimos en la era de los sentimientos globalizados.

Mientras nos centramos en banalidades la vida sigue pasando a nuestras espaldas. ¿Acaso frente a nuestros propios ojos? Muchas veces llevándose consigo grandes e importantes lecciones que nos podrían ayudar a comprender nuestro entorno. A entender por qué ciertos deseos de desarrollo no son tan fáciles de alcanzar o por qué las cifras siempre incrementales ende la adopción de servicios pueden no ser tan ciertas como parecen. Los análisis que encierran al ser humano en un silo son un espejo cóncavo que excluyen demasiados detalles importantes.

Giremos nuestra atención hacia Venezuela, ese país que llora con sangre cada una de sus sonrisas. Donde la voz que busca una solución a la crisis actual sigue tan fuerte, viva e indignada como hace un mes. Sí, hace apenas unas pocas semanas que lo ocurrido en este país hermano protagonizaba la discusión de los más importantes medios del mundo. No había diario que no imprimiera en su portada la palabra Venezuela.

Desgraciadamente todo mágicamente ha desaparecido. Las redes sociales encontraron alguna noticia que llamara más la atención. Tal vez un gol de Messi, quizás una película nueva o simplemente el comentario idiota de alguien clasificado como celebridad. Encontrar noticias sobre lo que transcurre en Venezuela para quienes no tienen un lazo afectivo con el país se hace cada vez más difícil. Ahora hay que ir a publicaciones especializadas.

Portales como Caraota Digital o La Patilla junto a agencias internacionales como Bloomberg que mantienen corresponsales en el país, nos ofrecen una mirada de lo que ocurre desde Caracas hasta San Antonio del Táchira pasando por Maracaibo y Maturín así como todas las otras poblaciones de la patria de Uslar Pietri.

El mundo de los medios especializados en tecnología no se queda atrás y gracias al trabajo incansable de portales como la Hormiga Analítica, Ciberespacio, entre otros. ¡Cómo se extraña la voz del “hermano” de Calabozo! Gracias a todos estos medios nos enteramos que gracias al presente corte de electricidad que sufre Venezuela cada vez es más difícil ofrecer servicios de telecomunicaciones en ese país.

Como si las páginas del boom literario se hubiesen materializado, Venezuela entre constantes dificultades en una sempiterna crisis. La más reciente, que seguramente no será la última, ha sido la falta de electricidad en un mundo donde casi toda la economía utiliza algún tipo de equipo que requiere de este insumo para funcionar tiene consecuencias devastadoras. No hay sector de la economía o función del gobierno que no se vea impactada negativamente por la falta de energía.

Pensando en las tecnologías de información y comunicaciones (TIC), la falta de electricidad impulsa el consumo de combustible (de por sí paradójicamente escaso en un país petrolero) para recargar los generadores que mantienen operando a las redes de los distintos operadores de telecomunicaciones del país. Sin estas redes las transferencias de dinero no pueden realizarse y la transmisión de información se vuelve una imposibilidad. Si hay algo que las redes sociales nos han enseñado es como una imagen, un video o una declaración tienen el poder de mover masas hasta el punto de presionar a los gobernantes de turno. Las TIC son una herramienta que bien utilizada pueden ayudar a fomentar la defensa de los derechos humanos de los más pobres, de los más débiles, de los más necesitados.

Claro que para que esto suceda, no es suficiente que las redes de telecomunicaciones estén operando sino que los usuarios tienen que poseer un dispositivo cargado que les permita acceder a las redes. La falta de electricidad simplemente va aumentando la cantidad de personas que dejan de estar conectadas porque su teléfono o computador se quedó sin energía. Ese aparato que significa la única forma de mantenerse conectados, primero, con todos sus familiares y amigos, luego por medio de las redes sociales con el resto del mundo.

Cuando en las pasadas dos décadas cerca de 5 millones de venezolanos han decido emigrar es un correo electrónico, un mensaje de texto o una llamada lo que mantiene vivo ese lazo con la tierra. Es el paliativo del dolor de quien emigra porque no tiene otra alternativa que comenzar desde cero en un lugar donde siempre se le mirará como parte de los otros.

Pero más allá de lo afectivo, el peligro que implica para los venezolanos perder la capacidad de contactarse con el exterior no puede contabilizarse fácilmente.

¿Cuánto valor se le puede asignar a informar en el extranjero lo que sucede en cada punto del país? ¿Cuánto valor se puede asignar a saber que necesidades básicas hay en cada localidad para tratar de solventarlas con medicinas y comida antes de que se deteriore el frágil orden social? ¿Cómo puede la comunidad internacional reaccionar si repentinamente se topa con un fuerte silencio en todo lo relacionado a noticias provenientes de Venezuela? ¿Cómo puede el gobierno (del bando que sea) coordinar sus acciones si no hay forma de comunicarse a larga distancia? ¿Cuántas personas que no tienen que comer o andan enfermas van a dar prioridad a conectarse en lugar de buscar comida?

Esto último es algo que también deben escuchar el resto de los gobiernos de América Latina y el Caribe, sobre todo al momento de hablar de conectividad o brecha digital. Hay que incluir soluciones a muchos otros males regionales como la falta de agua potable, el hambre, la falta de electricidad, acceso a servicios médicos y sanitarios como parte de la estrategia para que los ciudadanos puedan comprender que la tecnología es una herramienta. Difícil predicar tecnología frente a la desesperanza.

Desgraciadamente la desconexión masiva que vive en estos momentos Venezuela, de la que no nos enteramos porque no es tendencia en redes sociales, nos da una muestra de lo que hace décadas es común en zonas apartadas e ignoradas de los distintos países de América Latina.

Sólo hay que mirar al resto de la región para ver las consecuencias de muchos de los males que impactan de manera simultánea a la tierra del joropo, los llaneros y la arepa rellena. El impacto que puede tener en los niños el no contar con agua potable, tan solo hay que mirar al departamento de la Guajira en Colombia para entender la gravedad de esta situación. Sí lo que se quiere contemplar es la falta de energía en hospitales, bancos y entidades de gobierno con rememorar lo vivido por Puerto Rico hace menos de dos años es suficiente. Si se desea conocer un poco más de las vivencias de los emigrantes venezolanos, las experiencias de mexicanos, colombianos, salvadoreños y ecuatorianos, entre otros, podría servir para entender el dolor de una familia que se parte geográficamente por obligación.

Obviamente deseo que la recuperación de Venezuela, así como la injusticia en el resto de la región, termine muy pronto. Que las amarguras, que cómodamente desde la distancia, hemos contemplado, nos ayuden a identificar donde podemos trabajar para mitigar el hambre, la pobreza y por medio de la tecnología fomentar la inclusión de las regiones que históricamente marginadas.

Por último, como nos ha enseñado Venezuela, para lograrlo, lo primero que hay que combatir es la corrupción de quienes toman las decisiones. Si esto no ocurre, no importa la inversión o el esfuerzo de las personas, siempre se será parte de un país resignado a ser seguidor y no líder.

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