El otro día charlaba casualmente por medio de redes sociales con una de esas personas que se preocupa por cómo las telecomunicaciones pueden impactar realmente el desarrollo de su país. Desde su rol en el regulador peruano, conoce a plenitud las distintas estadísticas que se divulgan frecuentemente sobre el impacto de diez puntos porcentuales en el crecimiento económico de un país.

Aunque la experiencia dicte que trasladar esos beneficios no ocurre de manera fortuita, sin un entorno favorable que pueda ser impulsado por las tecnologías de información y comunicaciones (TIC) la posibilidad de crecimiento pasan a simplemente ser otra línea en la larga lista de oportunidades perdidas.

Bajo este marco precisamente es que me mencionaba la importancia del aprendizaje en la innovación y como los cambios tecnológicos de la actualidad modificarían un escrito titulado ¿Por qué no hay más operadores de telecom en América Latina? que fue publicado en 2015. En esa ocasión se intentaba mostrar algunas de las razones por las cuales muchas de las políticas públicas implementadas por reguladores latinoamericanos durante la pasada década habían fracasado en su intento por incrementar la cantidad de proveedores de servicios de telecomunicaciones.

La respuesta era bastante simple, el tamaño del mercado potencial junto a los costos de adquisición de clientes y despliegue de infraestructura no garantizaban un retorno de inversión positivo a la gran mayoría de interesados dentro de una franja de tiempo aceptable. Claro que no fue un análisis exhaustivo que incluía impuestos de importación, tasas de deserción o precios por licencia, entre otros elementos que un analista financiero tendría que incluir. El ejercicio se limitó a costos de adquisición de clientes y los tiempos necesarios para recobrar la inversión.

Pero como escribí recientemente (ver De lo genérico a lo específico, dialogando sobre Internet de las Cosas) al narrar mi charla con Rafael Junquera, ícono de TeleSemana:

Sí, nos encontramos enfrentando un cambio de paradigma donde el contenido que se obtiene es más  importante que el mensaje que se transmite. Es un mundo nuevo en donde el humano es un componente cada vez menos importantes de las redes de telecomunicaciones y el negocio pasa a ser aquel que habiliten los contenidos.

Contrastando con esta realidad, todo lo escrito hasta ahora hace referencia a ese paradigma que estamos abandonando. El ser humano como motor primordial del negocio de la tecnología está siendo paulatinamente desahuciado. Conceptos como Internet de las Cosas, Ciudad 4.0 e Inteligencia Artificial apuntan a un entorno donde la mayor cantidad de conexiones sin intervención humana es preferible a aquellas en las que hay que lidiar con un homo sapiens.

Coruscant se hace más real con cada día que pasa. La famosa eficiencia digital, ese mundo de increíble productividad que reduce costos de bienes para los seres humanos también crea un entorno donde reaprender se vuelve obligatorio. Buscar en este universo binario el nuevo rol de cada individuo.

Un mundo donde todo está conectado, atrás quedaron las conexiones punto a punto de la primera generación de dispositivos sin injerencia humana, esos llamados máquina a máquina (M2M) que sirvieron para minimizar la fobia tecnológico de no muy pocos. El llamado Internet de las Cosas nos posibilita por medio de sus conexiones IP unos dispositivos capaces de conexiones punto a multipunto, entregando en cada uno de sus destinos distintos tipos de información. La tarea sencilla del abuelo M2M ahora se completa rodeada de todo tipo de datos e información que teóricamente sería analizada para buscar nuevas oportunidades comerciales o de reducción de costos.

Así como ha nos ido modificando el comportamiento la innovación, debemos moldear la existencia para incluir en todas las facetas de nuestra educación el impacto de las TIC y cómo lidiar con ellas. Esto considerando que la automatización de numerosas labores no se frenará, todo lo contrario, las reducciones en almacenamiento de datos y servicios de analítica, menores latencias de nuevas redes de telecomunicaciones y un abaratamiento en la producción de dispositivos inteligentes crean una ruta de crecimiento bastante saludable para todos esos dispositivos que no deben ser molestados por un ser humano.

Queda encontrarles utilidad en su eventual relación simbiótica con el resto de la existencia. Las TIC ya no son oportunidad sino necesidad para subsistir pues rodearán todos los aspectos de nuestras vidas.

Ante estos cambios tan bruscos resurge la pregunta proveniente del Perú: ¿cuántos operadores de telecom pueden existir en América Latina? Mi respuesta inicial no ha cambiado, los que el mercado permita dependiendo el modelo de negocio y estrategia implementada por la empresa que ofrece servicios de telecomunicaciones.

No obstante hay un cambio muy importante que no puede ser obviado, el número de líneas que se necesitan en un mercado incrementará exponencialmente en cada mercado de la región durante los próximos años. Por ejemplo, a través del Internet de las Cosas el negocio de la venta de ganado ha ido transformándose de uno donde anteriormente un chip simplemente indicaba la localización del animal a uno donde se monitorean signos vitales y se envía una alerta ante cualquier medida que no cae dentro de los parámetros pre-establecidos.

Según el Instituto Nacional de Carnes (INAC) de Uruguay para 2016 existían en este país sudamericano unas 12.050.000 cabezas de ganado bovino y unas 6.574.000 de ganado ovino, un total de 18.624.000 cabezas de ganado. Si el ingreso promedio por el monitoreo de cada animal (ARPU) fuese de veinticinco centavos de dólar estaríamos hablando de ingresos brutos de US$ 55.8 millones sólo en este segmento del Internet de las Cosas. Ahora imaginen sectores como la energía, el mercado vehicular, la logística y el gobierno, entre otros segmentos de la economía, para pensar en las posibilidades de negocio que existen tanto para los operadores ya establecidos como para interesados potenciales.

De acuerdo al Fondo para el Financiamiento del Sector Agropecuario (FINAGRO) de Colombia los sistemas de producción de café a libre exposición solar (30% de la producción de este país sudamericano) acogen entre 7.500 a 10.000 plantas de café por hectárea. Mientras en sistemas agroforestales con café (café bajo sombra) el número de plantas de café se reduce a un total de 2000 a 3000 por hectárea (el 70% de la producción del país). Por otra parte, la Federación Nacional de Cafeteros de Colombia estimó que para 2016 había 931.750 hectáreas produciendo café.

Si se diese el caso hipotético de que cada planta de café fuese monitoreada por un dispositivo que enviase todo tipo de datos a una base central, tomando como número de plantas por hectárea el más bajo indicado por FINAGRO, tendríamos según cifras de 2016 un total de 3.400.887.500 plantas de café en el país. Si el ARPU de cada planta fuese un centavo de dólar tendríamos un negocio que superaría los US$ 408 millones de ingresos brutos anuales.

Obviamente las cifras de estos dos casos son muy atractivas. No obstante, el juego ha cambiado y ya no estamos hablando de esa conexión punto a punto que hace apenas una década era suficiente para validar un plan de negocios.

El nuevo paradigma requiere de distintos aspectos como analítica, servicios de nube, logística, cobertura en telecomunicaciones, redundancia y un equipo de expertos que atiendan aquellos negocios neurálgicos para el operador. A este filtro inicial se le debe añadir conceptos aparentemente oxidados como el derecho de vía, la administración del espectro radioeléctrico, armonización normativa en despliegue de infraestructura, tasas impositivas para aparatos y una reformulación de las leyes de privacidad para de manera transparente saber quien posee la titularidad de los datos que se vayan levantando cada día.

Para contestar la pregunta original, aún existen numerosas barreras para la entrada de nuevos operadores de telecomunicaciones a América Latina e indudablemente en el futuro veremos nuevas empresas tratando de acomodarse a la nueva realidad regional. Personalmente apunto a operadores no tradicionales como los que podrían acomodarse mejor a la nueva dinámica que apenas surge en la región. La virtualización siempre se presenta más cercana que cualquier nueva red de infraestructura.

Todo lo anterior implica costos, indefinición y mucho trabajo de cabildeo político. Sobre todo cuando el marco regulatorio en la gran mayoría de las jurisdicciones de América Latina y el Caribe se encuentra caducado ante los avances de la tecnología en los últimos años del Siglo XXI.

¿Cuánta inversión y recaudación de dinero se perderá por atrasos sin sentido? ¿Cuánta pobreza o riqueza dependerá de tomar las medidas necesarias para recibir la imparable digitalización de nuestras vidas?

Referencias

La imágen es de Unsplash.

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