El odio es un sentimiento intenso, irracional que inconscientemente lleva al ser humano a desearle mal a su prójimo. Es un profundo descontento cuando quien se odia triunfa y una alegría profunda cuando atraviesa amarguras. Pero el odio no siempre es pasivo, no es de quedarse encerrado en un cuarto esperando a que la buena racha de su desventura pase. Los sentimientos de destrucción que se van acumulando tarde o temprano estallan impactando a todos aquellos a su alrededor.

Claro que el odio no camina solo, usualmente se apoya en la envidia. Ese rencor doloroso de no poseer lo que tiene el otro. Ese otro que nunca merece nada, al que todo se le ha hecho fácil en la vida, al privilegiado por el simple hecho de haber nacido en una privilegiada. Una envidia de no poder competir de igual a igual, de no haber ganado lo mismo, de saberse inferior y buscar una evasiva que muestre la verdad de nuestras ciegas palabras.

Simplemente se trata de una escapatoria a ese miedo que el sectarismo llega a sentir ante una realidad distinta, poco familiar y diferente. El odio es la valentía de los cobardes.

ODIO

Como virus en busca de victimas el odio necesita ayuda. “El dominio y control de las masas es imprescindible para [su] soporte… [Existe] desde muy temprana hora, la necesidad de crear en el ideario colectivo un enemigo común que le [sirva] como elemento cohesionador de la sociedad y aglutinador de descontentos…” (Moreno Cantano & López Zapico, 2014).

Y sí, hay un lado oscuro del odio. Ese que se refleja en la canalización del mismo, en la sangre desperdiciada, las almas que ya no pueden pisar una cancha de fútbol. Los resultados son catastróficos: insultos, encarcelaciones inverosímiles, censura y sobre todo la deshumanización del otro. Simplemente no pueden ser iguales si visten un color de piel distinto, si son nihilistas, ateos o monárquicos. No pueden ser iguales cuando su equipo de fútbol compra árbitros, resucita templarios o participa en la logia de los búfalos mojados.

Por eso hay que combatir el mal que generan, alertas a las personas de las malas intenciones de quienes visten de una forma particular, hablan otra lengua o tienen el descaro de identificarse con una tierra distinta a la nuestra. Así se va justificando quien odia, el otro no sabe el error en que vive y por eso es necesario ayudarlo a enmendar sus pecados. El “requerimiento” de la conquista no estuvo mal concebido, simplemente erróneamente implementado.

Yoda

No hay mejor forma de desconstruir una mentira que ir erosionando sus pilares. Ir destruyendo poco a poco sus símbolos, aquello que causa un orgullo diferente. Para llegara este destino, la hermana del odio aparece para en flor de labios comenzar a injuriar símbolos ajenas. La intolerancia se disfraza de falta de respeto, se impone la doble moral y se va radicalizando el ambiente. Se inventan acusaciones, se pagan periodistas y se impone de forma silenciosa una ley no escrita sobre a quien se puede criticar o penalizar y a quien se debe apoyar. Hay quienes andan por la vida con la razón en la mano, aunque la misma tenga forma de puñal.

Así vamos llegando al extremo donde un evento deportivo llega a electrificarse con un sentimiento político, se convierte en la válvula de escape para quienes se sienten ahogados. Es por un breve periodo cantar canciones que reafirman quienes son, es sentirse atado a algo más grande, etéreo que no puede explicarse.

No es un simple partido, es un acto de rebeldía ante tantas décadas de propaganda y una silenciosa erosión del origen. Tal vez por eso en los partidos de baseball entre Cuba y Estados Unidos celebrados en Puerto Rico, la gran mayoría del público desea que ganen los cubanos.

Mentiras

Referencias

Imágenes sacadas de Pinterest.

Moreno Cantano, A., López Zapico, M. Propaganda del odio: las exposiciones anticomunistas en el Tercer Reich. Historia y Comunicación Social, Norteamérica, 19, nov. 2014. Disponible en: <http://revistas.ucm.es/index.php/HICS/article/view/47291/44341>. Fecha de acceso: 06 mar. 2018.

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