Cada semana nos llegan noticias sobre la cantidad de datos que muchas compañías recolectan de sus usuarios. Dependiendo del perfil de la empresa, estos van desde hábitos de navegación en Internet hasta información logística de los lugares geográficos que se visitan con cierta frecuencia. Todo para ir edificando un perfil que pueda ser monetizado a través de publicidad focalizada a aquellos usuarios con más alta probabilidad de estar interesados en los productos o servicios que están siendo ofrecidos.

Todo lo anterior lleva años de existencia y la única diferencia entre los datos recopilados ahora y aquellos de hace una década es la eficiencia con la que se lleva a cabo este proceso. También es cierto que en ese periodo de tiempo se ha ido cementando una tendencia por parte de las diferentes redes sociales de ir limitando cada vez más aquellas cosas que su usuario puede mantener como privadas, aunque no así para quien provee el servicio. Por ejemplo, colocar el número de teléfono celular y la fecha de cumpleaños en una red social de forma oculta no impide que esa página venda publicidad que tenga como objetivo individuos de esa edad que vivan en las zonas que esa persona habitúa visitar (según lo que reporta el teléfono móvil).

Otro aspecto muy llamativo de todas estas empresas con activos mayoritariamente digitales es su gran valoración en las distintas bolsas financieras en las que cotizan. Esto contrasta grandemente con el doloroso presente de más de un proveedor de servicios de telecomunicaciones con red propia. Los fierros utilizados para ver películas, chismear la página del amor platónico y recordarle los ancestros al político de turno, se encuentran en la batalla constante de poder obtener ese sagrado retorno de inversión que hace viable la oferta de servicios.

Dolor mayor para los operadores regionales, históricamente pequeños, que carecen de gran poder financiero para poder hacer fuertes inversiones en infraestructura o desarrollo de contenidos. De no cambiar la situación, solo es cuestión de tiempo para que estos operadores vayan desapareciendo, ya sea engullido por un operador más grande o en el peor de los casos cerrando las puertas y dejando a la deriva a sus usuarios.

Obviamente estamos hablando de un escenario extremo que no conviene a nadie, pero aparte del operador regional de telecomunicaciones que deja de existir y el usuario hay una tercera víctima: los portales de la nueva economía que fueron erosionando los ingresos de los grandes prestadores de servicios con presencia nacional e internacional. Es por esta razón que es cuestión de tiempo, tal vez de luego de alguno que otro cambio regulatorio, para que esas empresas digitales comiencen a asegurarse un lugar entre los cables y antenas como parte de su estrategia de crecimiento.

Un crecimiento que más allá del mundo del acceso, convertirse en proveedores de telecomunicaciones permitiría a las grandes empresas recolectoras de datos poder complementar la información obtenida a través del uso de sus aplicaciones con la que se obtendría del consumo de datos del cliente independientemente de su localización. Un modelo donde el operador de telecomunicaciones también accede a ser parte integral de un mundo donde la publicidad es parte esencial de los ingresos.

Visiblemente es un escenario hipotético en el que las normas aprobadas por los funcionarios públicos electos al poder legislativo deberían incrementar los derechos de los ciudadanos a proteger su privacidad. También es un escenario donde muchas marcas que ahora parecen inamovibles en el mundo de las telecomunicaciones irán desapareciendo.

Como era de esperar en todo cambio drástico de paradigma, el mismo no ocurre sin que se den batallas para tratar de identificar a la fórmula ganadora. El objetivo es ir mermando la relevancia del opositor, aunque esto ocurra bajo una estratagema de cooperación. Evocar la importancia de los contenidos en la oferta de servicios de acceso a telecomunicaciones se puede percibir en sus primeros años en el intento por los Países Bajos de eliminar la práctica de cobrar una tarifa adicional por el uso de una aplicación P2P específica, los esfuerzos gubernamentales de hacer cumplir su legislación sobre neutralidad de redes culminaron en un aumento en tarifas para toda la base de clientes. De esta forma, se cumplía con la normativa que declara ilegal la discriminación por parte del operador hacia un grupo específico de clientes.

El paso del tiempo nos hizo ver como la colaboración entre algunos proveedores de servicios con desarrolladores de contenido podría traducirse en servicios diferencias por parte del operador de telecomunicaciones. He aquí el inicio de los servicios de “tarifa cero” conocidos en inglés como “zero rating” y que consistían en ofrecer de forma gratuita el acceso a una aplicación o servicio sin que su uso impacte la cantidad de datos incluidos en el paquete del cliente. Lo observado en Chile luego de regulación para prohibir esta práctica fue la existencia ‘de jure’ de esta norma pero también como ‘de facto’ era ignorada.

Regresando a tiempos más cercanos, tenemos la iniciativa del gobierno de Uganda de crear en julio de 2018 un impuesto por el uso de redes sociales conocido en inglés como el “Social Media (OTT) Tax”. La imposición de este tipo de iniciativa en un mercado donde el usuarios es altamente elástico tiene un impacto devastador como muestran las cifras del regulador de telecomunicaciones de ese país africano, la Comisión de Comunicaciones de Uganda (UCC). Cifras de la UCC muestran que durante los tres meses posteriores a la aprobación del impuesto a redes sociales, el número de conexiones a Internet contratadas en el país se redujeron en 2,5 millones de líneas.

La lección es clara: no es fácil para los gobiernos el reglamentar empresas de la llamada nueva economía, sobre todo aquellas que ofrecen servicios intangibles o productos digitales; por otro lado, los prestadores de conexión a Internet no están siendo capaces de recuperar el dinero perdido por la proliferación de aplicaciones que compiten directamente con servicios como mensajería o telefonía, entre otros.

Una nueva economía donde las personas, al menos las que viven en Uganda, no parecen tener problema en relegar su privacidad aunque seguramente la gran mayoría de los usuarios de las redes sociales no están enterados de que esto sucede.

Al final de cuentas estamos hablando de negocios donde las economías de red, la inversión en tecnología y la expansión de activos digitales son elementos esenciales para retener y atraer nuevos clientes.

George Orwell se equivocó. Nos encaminamos a una realidad donde en lugar de un gran hermano, hay muchos.

Referencia

La imagen es de Pixabay.

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