El otro día hablaba con una vieja amiga que tiene el mágico don de siempre enseñar algo a quien conversa con ella. Esta vez el tema de la plática se centraba en lo fácil que está siendo para los gobiernos comenzar a hablar de innovación en todas las facetas de la política pública. Según ella, Aleeya Velji, existe un notable malentendido cognitivo acerca de lo que implica para una entidad pública innovar (las privadas tampoco están exentas). La razón es sencilla: las entidades gubernamentales en su inmensa mayoría carecen de las habilidades y competencias necesarias para impulsar la innovación.

Velji basaba sus palabras en la experiencia obtenida como parte de la unidad de Innovación y Diseño Estratégico del gobierno de Canadá, conocimiento que ha sido complementado con estudios sobre innovación social en la Universidad de Cambridge en Inglaterra. Según ella, el primer desafío que tienen los gobiernos es lidiar con la burocracia establecida que no tiene el concepto “innovación” como parte de su léxico cotidiano. Por el contrario, es usual encontrarse que distintas agencias de gobierno trabajan como unidades de control de costos con poca comunicación con otras entidades gubernamentales.

En otras palabras, cada cual se preocupa de su presupuesto y que este sea suficiente para cubrir la totalidad de gastos proyectados para el periodo fiscal. Claro que esto implica poca comunicación con otras unidades del sector público, por lo que es común que haya proyectos similares o solapados en los que se invierte de manera ineficiente pues los mismos datos requeridos por diferentes agencias son comprados por cada una de ellas pues el compartir información no es algo común.

Aleeya

Ante esta realidad, Velji menciona que la innovación se limita a pequeños grupos con grandes ideas que tienen que gastar tiempo para intentar que las mismas primero sean escuchadas y luego implementadas en su agencia. El resultado es lógico, ineficiencia y fragmentación en todo lo relacionado a innovación por parte del sector público. En casos extremos, resulta en la frustración del mejor talento público y su eventual migración al sector privado.

La solución que propone la especialista canadiense es tan lógica como compleja: colaboración. Aquí cita las ideas de Manzini quien sugiere que los distintos grupos de trabajo del gobierno estén interconectados, compartiendo información y trabajo entre sí. De esta forma, se incrementa la eficiencia al mejorar la utilización del conocimiento ya presente en el sector público permitiendo que los principales expertos puedan trabajar en proyectos relacionados a su especialidad en distintas unidades del gobierno.

Aunque los comentarios de Velji se centran mayormente en su experiencia en el sector público canadiense, muchos de sus comentarios son parte de la actualidad de la gran mayoría, por no decir todos, los países de América Latina. Especialmente si pensamos que la famosa transformación digital de la economía que pregonan muchos expertos y que dominará la agenda de los gobiernos regionales por las próximas décadas dependerá de la capacidad de las distintas entidades del sector público de compartir información, recursos y colaborar en nuevos emprendimientos.

Cada vez se hace más necesario impulsar la evolución del sector público de administrador a habilitador de la innovación social. La digitalización de la economía y la necesidad de que todos los servicios gubernamentales estén disponibles digitalmente para los ciudadanos hacen poco viable que el gobierno siga como simple espectador en el campo de la innovación social. Es por esta razón que la cooperación no debe limitarse solo a entidades públicas sino centrarse en identificar a los mejores aliados para cada proyecto, aunque estos se encuentren en el sector privado. Aquí se debería colaborar, abaratando costos y acelerando la llegada de los beneficios deseados a la población.

A final de cuentas es la ciudadanía en general quien debe beneficiarse de las innovaciones, independientemente de que estas utilicen componentes rudimentarios o estén basadas en números binarios. Sí, porque a veces parece que olvidamos que una innovación con fuerte impacto social no tiene que tener como requisito tecnología de punta pues con suficiente sentido común y lógica se puede llegar a tener un impacto más positivo y duradero.

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