Uno de los principales problemas de la industria de telecomunicaciones es su tendencia a simplificar los problemas que la rodean. Cada dos o tres meses vemos cómo las noticias cambian su enfoque para encontrar y resaltar el gran obstáculo que sirve como freno a toda la industria. Curiosamente los distintos obstáculos que se van identificando poseen características similares. Entre estas se puede mencionar cómo representan una barrera para acabar con la brecha digital o de no ser resueltos pueden condenar al país a un atraso rotundo del que tomará décadas recuperarse.

Así, con el pasar de los meses, se va hilando una serie de discursos que para algunos suenan como quejas y para otros como frenos a la inversión. Súbitamente, al concluir el listado de agravios, el ciclo de obstáculos comienza de nuevo como si la intención fuese recordar a todos que el problema aún no ha sido resuelto.

Claro que muchas de las quejas están justificadas y pueden representar frenos bastante importantes para la inversión. Sin embargo, el extremismo de los discursos nos vende la solución a las trabas mencionadas como un catalítico que redundará en la conexión de los desconectados, en la defensa de los derechos humanos digitales de cada individuo y en un progreso económico sin freno que catapultará al país a un nirvana social nunca vista.

De esta forma, el precio que se cobra por el espectro radioeléctrico pasa a protagonizar por varias semanas (en ocasiones con suerte meses) la conversación de la industria de telecomunicaciones. Luego, cuando parece que los argumentos no parecen importarles a quienes tienen el poder de arreglar el asunto, se pasa a una nueva temática, como, por ejemplo, la necesidad de armonizar los requisitos que exigen los municipios para entregar permisos para la construcción de infraestructura.

Cuando estos dos temas, que aclaro, necesitan resolverse, pierden interés mediático, entonces surgen otros como la necesidad de conectar a los desconectados. Aquí se cita a los derechos humanos, se menciona que los niños son el futuro del mundo y que todos los seres humanos debemos tener las mismas oportunidades y derechos ante la ley. Sin embargo, queda como tarea pendiente educar a la población acerca de cómo obtener un celular les va a resolver sus problemas de pobreza, servicios médicos deficientes y un gobierno demasiado alejado de sus comunidades.

El problema de este ciclo sinfín mediático acerca de las posibilidades de la tecnología como herramienta de desarrollo es su simplismo. Es cierto que la tecnología puede ayudar a reducir la pobreza, pero no pasa mágicamente con el acceso a Internet o con la posesión de un celular con saldo para hacer llamadas o descargar contenidos. Esa es la parte más fácil y una en la que las empresas de telecomunicaciones podrían contribuir sin alzar muchos reparos.

Lo difícil es la educación de los nuevos usuarios, el proveer servicios por medio de las nuevas tecnologías que si sean de valor agregado para ellos. Una vez se logre sortear esta gigantesca barrera, es que finalmente se podrían hacer realidad los diálogos ininterrumpidos del rol que cumple la tecnología en el desarrollo.

Obviamente esto requeriría un diálogo entre muchos sectores, especialmente los representantes de la sociedad civil de localidades marginadas que desean que se escuchen sus necesidades. La academia, el sector público y el sector privado serían los otros componentes de un intercambio que busque solucionar con hechos concretos las falencias existentes de conectividad.

Solo con un plan íntegro que considere estos aspectos es que la reducción del costo del espectro radioeléctrico haría sentido, pues en lugar de maximizar la recaudación para cuadrar el presupuesto (objetivo de corto plazo) se mira a este insumo como impulsor de inversiones en las zonas más necesitadas del país. Una inversión que, al ser acompañada de otras iniciativas, dirigidas no necesariamente por las empresas de telecomunicaciones, multipliquen el impacto positivo que puedan tener las telecomunicaciones en la sociedad.

Cuando se habla de telecomunicaciones nos referimos a un ecosistema donde muchas redes diversas se conectan para lograr ofrecer servicios. Por esta misma razón, reducir los problemas que frenan al sector a solo un evento es contraproducente. Hay que tener una mirada holística para poder proponer soluciones eclécticas que satisfagan las necesidades de los distintos sectores de la sociedad, demandas que son asimétricas y que con el paso de los años van evolucionando.

El problema no se limita al alto costo del espectro o simplemente a trabas en el despliegue de infraestructura. Esa es una visión simplista. El problema es un conjunto de cosas que incluyen el alto costo de espectro radioeléctrico, la burocracia, la pobreza, la lejanía del sector público y sobre todo, la apatía de la sociedad por aquellos menos afortunados que viven en la periferia. Una agenda digital nacional o, como también se le conoce, un plan de conectividad, debería considerar todos estos aspectos si su objetivo es conectar a los desconectados ofreciéndoles no simple conectividad sino los beneficios que promete la tecnología.

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