Todos cargamos un ancestro fratricida, todos somos hijos de Caín. Tal vez por eso nuestras opiniones hacia el adversario no sean tan positivas como deberían serlo y la envidia golpea nuestra visión de vez en cuando. Somos, según tres de las leyendas religiosas más importantes del planeta, inevitablemente dables al pecado, la codicia y el resentimiento. Nos importa más el color del nuevo Smartphone que el impacto del hambre o la enfermedad.
El otro no importa, lo importante es triunfar. Coleccionar logros como si fuesen espigas de trigo. Poco interesa quien caiga en el camino, menos aún el pensamiento colectivo pues los logros individuales sirven para diferenciar la elite de la plebe. ¿Cuándo han visto una persona desear ser parte del lumpen? ¿Cuántas veces han escuchado a alguien decir que necesitan un mejor físico o más dinero? La falsa nostalgia de ya no ser quien nunca se fue.
La igualdad es ficción que se compra con euros, dólares, yuanes o petróleo. Seleccionar quien gana o quien pierde no es cuestión de mérito. El clientelismo se ha posesionado de los jueces que determinan al mejor jugador o la mejor sede del próximo torneo. La logística, seguridad y habilidades individuales han quedado atrás. Importa más la labor del diseñador gráfico y el experto en publicidad que un gol, una plataforma digital o cincuenta estadios en condiciones óptimas.
La sombra de Caín es lo suficientemente densa para impedirnos pensar que lo inverosímil fácilmente se vende como reliquia, como amuleto para probar tajantemente esa verdad recién inventada. Un acto único se transforma en una pluralidad jamás existente, su protagonista en un mito viviente capaz de transgredir las leyes de la física con su portentosa corpulencia. Es la negación representada por Set, la banalidad de los arqueros, la perfección trasladada al fútbol y la exageración del ciberespacio.
Cualquier revisión se limita a celos, celos del éxito del otro, celos del señorío del otro, celos de la no dependencia en hormonas del otro. Cualquier pensamiento discordante es simple demostración del complot que existe para que como Abel, el digno caiga mancillado, desangrándose por el delito de simplemente ser superior. ¿Será el celular una nueva quijada de burro?
Pero no todo es desesperanza, también nos olvidamos que nuestro árbol familiar nos coloca a un extravagante como abuelo. Un loco que en medio de la tierra decide construir un arca donde llevaría una pareja de todos los seres vivientes que existen lejos del mar. Allí entre leones, arañas y bacterias, Noé se convierte en ese patriarca refundador de una nueva humanidad.
Una humanidad supuestamente más justa, más noble y con más deseos de hacer lo correcto. Una humanidad que, como si fuese enterrando espejos, se limita en decir que educa a los niños para alejarlos de sus padres. Que se escuda en la infancia para vender una imagen de benefactor atrofiando su verdadero rol, ser cuna de un venenoso y malagradecido jingoísmo. La tierra de la libertad no logró sobrevivir el diluvio.
El tiempo es el mayor benefactor de la verdad. Las ovejas mansas al ser descubiertas se transforman en estatuas de sal al contemplar el derribe de sus vicios. Su propia ponzoña los va liquidando al verse impotentes ante la bestial genialidad de la pluralidad de uno sólo mortal, aunque este sea vilmente atacado por su sacrificio y nacionalidad. Viles ataques de hipócritas que viven alabándose por ser tener como única plataforma un muro mal diseñado, monumento a un pasado mitológico de igualdad fratricida.
Y así pasan los días entre los sueños, la realidad y el deseo. Siempre pensando en el mañana, en ese nuevo día con un sol resplandeciente y un cielo color que pinte la gloria del gol color celeste.
Referencias
Todas las imágenes son de Pixabay.
Muito bom!