Históricamente la visión que el mercado tenía de los operadores de telecomunicaciones era bastante lineal, simplemente se centraba en la inversión para la expansión de su infraestructura. Eran tiempos en los que la red del proveedor dictaba el tipo de servicios que estaría ofreciendo por lo que el crecimiento de sus ingresos dependía de dos ejes principales: incrementar el tamaño de su mercado potencial al expandir su cobertura geográfica o simplemente subir el monto a pagar por la contratación de sus servicios.
De esta forma, una empresa enfocaba su estrategia en competir por medio de la expansión de sus redes y el mantenimiento de las mismas. Resumiendo: quien colocaba la infraestructura era también la empresa que controlaba y facturaba por el servicio. El resultado fue la proliferación de grandes islas de telecomunicaciones que, gracias a las lecciones del Compromiso de Kingsbury a principios del siglo pasado, comenzaron a democratizar la interconexión con el objetivo de incrementar el número de personas que se beneficiaran de poder hacer una llamada telefónica.
Eventualmente el paso del tiempo trajo consigo modelos que podían intentaron desafiar el viejo dominio de los dueños de infraestructura. De ahí nacieron iniciativas como la de desagregar el bucle local, con muy claros resultados mixtos pues claramente la experiencia de Estados Unidos no es la misma a la de Francia. Una medida cuyo éxito dependía claramente del apoyo oficial a la implementación de la misma y el interés de un tercero en revender servicios del operador desagregado al mismo cliente que hasta ese momento posiblemente solo tenía una opción de contratación.
El mundo Inalámbrico por medio de señales de microonda e innovación tecnológica paulatinamente se fue posicionando en el segmento de transporte. La llegada de las redes celulares y su explosión post-1995 gracias a la creatividad portuguesa pavimentó el camino para la venta de capacidad ya sea bajo de denominación de servicios de itinerancia (roaming para quienes prefieren el inglés) o albergando operadores móviles de redes virtuales (MVNO para quienes se alimentan con el verbo natal de Shakespeare). Un mismo servicio destinado a dos modelos de negocio completamente distintos ya que uno representa competencia directa en el nicho seleccionado, el otro inicialmente una buena fuente de ingresos que los años transformaron en parte de la estrategia de retención de clientes de alto valor.
La enseñanza que tanto la itinerancia como la aparición de los operadores móviles de redes virtuales nos dejan es la flexibilidad que las mejores tecnológicas van introduciendo en las redes de telecomunicaciones. Flexibilidad que representa un quiebre con el tradicional pensamiento de una red, un operador y un servicio. Al final de cuentas, la convergencia reunió en un mismo lugar elementos adicionales a los ubicados en el portafolio de servicios de un operador.
Aún con la aparición de estos servicios, a inicios del Siglo XXI todavía el mundo seguía los esquemas de la centuria anterior. Se podía saber quién exactamente estaba utilizando la capacidad y contractualmente atarlo a la remuneración por los servicios recibidos. Ergo, aun con estas evoluciones de la competencia la inversión en infraestructura y en la obtención de concesiones de espectro radioeléctrico justificaban los grandes montos dirigidos al sector de telecomunicaciones por quienes dominaban un espacio limitado, el club de los prestadores de servicios de telecomunicaciones. Ellos eran, regulación ausente mediante, quienes decidían si algún operador podía o no acceder a su red sin tener que preocuparse por la reacción de los consumidores.
Sin embargo, el discurso de que sólo invirtiendo en concesiones y licencias se puede ofrecer servicios de telecomunicaciones comenzó a erosionarse con la aparición de una nueva gama de operadores no tradicionales que comenzaba a dejar sentir su presencia, aunque la misma careciera de fierros. La inevitable digitalización de las redes de telecomunicaciones abrió el camino a prestadores de servicios que por medio de sus aplicaciones comenzaron a reemplazar a los operadores de telecomunicaciones establecidos transformándolos, muy a su pesar, en tuberías donde el valor transportado corresponde a terceros. Atrás quedaron servicios como la mensajería o la telefonía, ni siquiera el hospedaje de información ha logrado mermas la caída en ingresos de la gran mayoría de los operadores de telecomunicaciones del mundo. En esta nueva realidad la amplia cartera de servicios se reduce a sólo uno que es de central en importancia, la oferta de banda ancha, mientras que el resto son mayormente decorativos o al menos se encaminan a ese destino.
La presión en las finanzas de las empresas que ha tenido este cambio en el esquema de competencia comenzó a instalar frenos en estrategias de mercado que hasta ese entonces habían funcionado. Exacerbando esta realidad las autoridades de gobierno de muchos mercados han reaccionado a la desaceleración de la economía global con incrementos en la carga contributiva de los operadores de telecomunicaciones o imponiendo precios cada vez más altos a renovaciones o la concesión de licencias de espectro radioeléctrico. Los elementos esenciales para una tormenta perfecta.
Asimismo, la llegada en el mundo inalámbrico de una nueva generación de servicios 5G trae consigo la promesa de incrementar exponencialmente el número de puntos de interface aérea (antenas) de contabilizarse miles en la gran mayoría de los mercados a requerir millones para poder cumplir con las expectativas creadas. Obviamente esto demorará unas pocas décadas en consumarse.
La justificación de este crecimiento va de a mano con el uso de frecuencia más altas para la comunicación de datos, el incremento en la cantidad de datos generados por mayor número de dispositivos conectados, llegada de sistemas que necesitarán mayores velocidades de transmisión y la adición de servicios como la analítica e Internet de las Cosas al negocio que hasta hace muy poco simplemente dependía de interacciones humanas.
Una de las consecuencias del gigantismo que comenzará a plagar la infraestructura de las redes de telecomunicaciones es la reinvención por medio del establecimiento de acuerdos, alianzas y cooperación con otros actores del mercado. Sí, un regreso a pensamientos que ya habían sido compartidos por académicos y otros expertos a finales del Siglo XX.
Queda bastante claro que, al menos en mercados en desarrollo que cobran en moneda local pero que comprar infraestructura y otros equipos en dólares, ningún operador podrá enfrentar las increíbles cargas de inversión en infraestructura y desembolsos en concesiones de espectro radioeléctrico que 5G, y generaciones inalámbricas posteriores, requerirán de ellos.
La respuesta es sencilla: volver al pasado y comenzar a compartir recursos que reduzcan gastos y mejoren su posición financiera. Esto incluye adoptar políticas que permitan un uso más eficiente de sus activos permitiendo, en el caso del espectro radioeléctrico, la reducción en el número de antenas que tenga que desplegar o las licencias de bloques de espectro que debe poseer pues cada una de estas falencias las puede suplir algún otro operador del mercado. El antiguo competidor es ahora parte de los aliados que permite un mejor presente financiero para el mercado.
Reitero no hay gran novedad en implementar modelos que llevan décadas en el mercado, pero si en la escala y velocidad de adopción que esta estará tomará en las próximas décadas. Este modelo hibrido de cooperación seguramente será bautizado de distintas maneras en distintos mercados y eventualmente verá la incorporación de actores no tradicionales del mundo de las telecomunicaciones en todas las latitudes del planeta.
Sobre todo si se tiene en cuenta que el crecimiento de las aplicaciones de servicios de telefonía, chats y redes sociales cada vez erosionan más los ingresos de los operadores tradicionales forzándolos a buscar alternativas que le permitan reinventarse y subsistir.
Obviamente es de esperar detractores que igualen la búsqueda de nuevas estrategias para competir como un atentado a la desinversión y la falta de interés en el mercado. Tan sólo hay que darles tiempo para que su propia demagogia los golpee en el rostro pues más temprano que tarde se darán cuenta que ningún operador por si solo podrá desplegar de manera rentable toda la infraestructura necesaria para llevar 5G, y generaciones inalámbricas posteriores, a todos los rincones de un mercado. Al menos la historia nos enseña que el proteccionismo legal puede atrasar el inminente cambio que cada operador tendrá que enfrentar al momento de decidir su estrategia de comercialización de servicios.
El juego de la competencia apenas comienza y la premisa que enfrentan los jugadores es sencilla: evolucionar o morir.