Cada vez estamos más cerca del 2020, un año que para el mundo de las telecomunicaciones viene cargado de promesas y muchas expectativas. Para el mundo de las telecomunicaciones la primera gran promesa es el continuo desarrollo de 5G en América Latina y el Caribe. Un desarrollo que por alguna errónea razón se tiene la impresión de que en nuestro pedazo del globo terráqueo llega tarde. Para muchos la tecnología 5G simplemente se ha tardado más de lo normal en llegar a nuestra región.

Contradiciendo esta sensación la evidencia histórica nos muestra que ha sido todo lo contrario, 5G es la tecnología inalámbrica para servicios fijos y móviles de más rápida llegada a este rincón del mundo. Atrás quedaron los pesimistas augurios de autoflagelación que nos tatuaban como subdesarrollados condenados a estar siempre detrás de la cola de las grandes potencias económicas. Pero el tiempo es paciente y siempre tiene esa gran virtud de acomodar a cada uno en su lugar.

Sólo un poquito de memoria nos sirve para recordar que luego del primer lanzamiento global de 3G en Japón y la Isla de Man en 2001 observamos cómo esta tecnología, en su sabor WCDMA, tardó cinco años en llegar a la región. La distancia medida en años se acortó con la siguiente generación y luego del primer lanzamiento de 4G en Noruega y Suecia a finales de 2009, en América latina y el Caribe sólo tuvimos que esperar un par de años para ver como en 2011 LTE era comercializado en Brasil, Puerto Rico y Uruguay.

La historia con 5G es distinta, el tiempo deja de ser contabilizado en años para ser medido en meses. Es precisamente en el 2019 cuando aparecen las primeras redes comerciales del Release 15 del 3GPP que Uruguay se posiciona como el tercer país en el mundo en lanzar esta tecnología. El final de 2019 muestra que cinco y potencialmente seis operadores de mercados distintos de América Latina y el Caribe lanzaron el mismo año en que los más importantes operadores móviles del mundo comenzaban a ofrecer esta tecnología a sus clientes.

Al 20 de diciembre de 2019 se comercializaban servicios de 5G NSA en Islas Vírgenes Estadounidenses, Puerto Rico, Surinam, Trinidad & Tobago y Uruguay. Aruba anunció el contrato para el despliegue de 5G NSA, queda ver si las primeras estaciones base comienzan a operar comercialmente antes del final de 2019 en esta isla caribeña caracterizada por ser pionera en la innovación de servicios de telecomunicaciones.

El Caribe al presentar una realidad distinta con ingresos per cápita superiores al de sus vecinos continentales, limitada extensión territorial y acelerado nivel de adopción de nuevos servicios contiene los ingredientes necesarios para liderar los lanzamientos de tecnologías, algo que llevo años comentando y que finalmente se materializa con 5G.

Sin embargo, la evaluación de este avance dependerá de la perspectiva que se quiera adoptar. Quienes desean ver el vaso medio lleno, comentarán que se terminó el atraso en la adopción de nuevas tecnologías. El perfil de usuario latinoamericano y caribeño no dista mucho en su deseo por utilizar nuevas aplicaciones y tecnologías que consumidores estadounidenses, europeos o coreanos. El subdesarrollo es simplemente una quimera del pasado.

Aquellos que prefieren ver el vaso medio vacío dirán que cuatro redes en un año no demuestran nada y que los teléfonos son extremadamente caros para tener un nivel de adopción acelerado. Aquí se obvia un pequeño detalle, cuando se comercializa una tecnología móvil con años de diferencia del su primer lanzamiento global se da tiempo a que se desarrolle un ecosistema de dispositivos diverso que incluya desde teléfonos móviles hasta módems para acceso fijo, entre otras cosas.

La historia nos enseña que cuando se lanzan servicios móviles de manera simultánea en mercados desarrollados y aquellos en vías de desarrollo todos los operadores que quieren comercializar su servicio se encuentran con un ecosistema de dispositivos menos desarrollado. En otras palabras, no tendrán el mismo apoyo que brinda la madurez de una tecnología en términos del número empresas fabricando diferentes dispositivos, variedad de modelos disponibles o hasta el número de mercados que han asignado las frecuencias seleccionadas para los despliegues iniciales de 5G.

Es precisamente por esta razón que la aceptación de las nuevas tecnologías también toma tiempo en mercados desarrollados pues no todos pueden mostrar niveles de adopción de nuevas generaciones móviles como los vistos en Corea del Sur, Japón o los Estados Unidos. Cabe recordar que países como Uruguay mostraron niveles de adopción superiores a los de muchas naciones que son miembro de la Unión Europea.

Como se mencionó anteriormente, la llegada de 4G en su versión LTE llegó a América Latina y el Caribe a finales de 2011 con las redes comerciales de Brasil para servicios fijos (el servicio móvil llega dos años más tarde) y para servicio celular en Puerto Rico y Uruguay.

No obstante, desde esa fecha de lanzamiento hasta la llegada de los grandes niveles de crecimiento en usuarios de la tecnología pasaron unos 4-5 años – el crecimiento acelerado en dos dígitos porcentuales no se vieron hasta los trimestres de 2015 y 2016 en toda la región. Claro que antes de esta adopción acelerada hubo varios oleajes de lanzamientos por operadores y la expansión en el despliegue de infraestructura para ofrecer cobertura a la mayor cantidad de la población posible.

Otra característica de la llegada de una nueva generación inalámbrica es que se hiperbolice el alcance e impacto que la nueva tecnología tendrá en el mercado. Pocos recordarán cuando para 2001 un operador del Reino Unido anunciaba que con 3G dejaría de cobrar el servicio de voz pues todo sus ingresos llegarían por medio de publicidad y servicios de datos, siendo la video llamada una de las prometidas aplicaciones que justificarían las exorbitantes cifras pagadas por espectro radioeléctrico a finales de la década de 1990.

También es de recordar que siempre la llegada de cada nueva generación ha ocurrido rodeada de anuncios que revolcaron al mercado de telecomunicaciones regional y global en lo que parecía un quiebre con el modo tradicional de hacer negocios. Todo para que eventualmente, como se ha mencionado anteriormente, el tiempo ponga cada cosa en su lugar. ¿Cómo olvidar ese 2001 sangriento para tantas economías y empresas que bautizaba con fuego a las primeras redes de WCDMA?

Tal fue el impacto de la situación financiera de numerosas empresas que el tradicional posicionamiento de estas a finales del Siglo XX hacia los operadores móviles virtuales quedaba en el pasado. ¿Cómo olvidar en América Latina y Estados Unidos el ambiente de fusiones, fraude financiero y desaparición de empresas en una realidad post-burbuja de las telecomunicaciones?

Una realidad dura en el que el ambiente presentaba niveles de penetración móvil por debajo del 50% en casi todos los mercados de la región, una gran batalla tecnológica entre quienes impulsaban los estándares del 3GPP y aquellos que preferían los del fenecido 3GPP2, la privatización de empresas estatales de telecomunicaciones y, especialmente en el Caribe, el comienzo de la liberalización del sector con la entrada de operadores privados a ofrecer servicios de telecomunicaciones. ¿Cómo olvidar lo sucedido en abril de 2001 en Jamaica y la importante lección que brindo a los distintos mercados no hispano-parlantes de la Cuenca del Caribe?

Sí, fueron tiempos tumultuosos como siempre los hemos tenido en la industria global de telecomunicaciones. Años donde se escuchaba el eco de la transformación de la vida de cada latinoamericano debido a tecnologías disruptivas como 3G, IPTV o un negado 4G encarnado en cifras que nadie quiso entender como 802.16 y fue vendido como panacea bajo el nombre de WiMAX. Pero en esos años que precedieron a la llegada de 3G a América Latina y el Caribe vimos la salida de varios operadores incluyendo dos importantes operadores regionales estadounidenses más interesados en lo que sucedía en su mercado doméstico que en tierras foráneas – así desapareció del Caribe el que ha sido desde entonces el más prometedor candidato a ser el tercer operador regional.

La llegada de 3G no frenó las noticias sorprendentes pues vimos la estatización del principal operador de telecomunicaciones de Venezuela, entidad que hasta ese entonces lideraba a la región en muchos aspectos de innovación tecnológica en un mercado caracterizado por un perfil de cliente hambriento por nuevos servicios.

Lo curioso del relato es que la gran mayoría de las promesas de disrupción del estatus quo hechas en 3G nunca se cumplieron sino que fueron migradas hacia la nueva esperanza tecnológica encarnada en la primera red inalámbrica totalmente IP impulsada por el 3GPP: LTE.

El arribo de esta tecnología coincidió con uno de los mejores momentos macroeconómicos que ha experimentado América Latina y el Caribe en los pasados 100 años. Aún con este marco de trasfondo el entorno que rodeaba a la tecnología que finalmente acabaría con la brecha digital, al habilitar servicios de banda ancha inalámbricos equiparables con los ofrecidos por HFC, fibra y par de cobre, estaba lejos del cielo dantesco de música y armonía pues se asemejaba más al Valhala de los vikingos.

LTE fue lanzado en medio de la creciente consolidación de mercados como Brasil, la desaparición de operadores (aunque no su marca) en México y un entorno regulatorio que parecía no haber captado la importancia de la industria de telecomunicaciones para el desarrollo del país. Desafortunadamente esto último traía como consecuencia la perdida de grandes ingresos  que pudieron ser atraídos por medio de asignación de la simple asignación de espectro radioeléctrico en países como Argentina y El Salvador.

Un dato interesante en torno a LTE es que su arribo coincidió con el impulso de numerosos gobiernos regionales de impulsar la conectividad y tratar de cerrar la brecha digital. Esto se hizo con numerosos planes de conectividad nacional como la desaparecida Argentina Conectada en el Cono Sur hasta Vive Digital de Colombia. Muchos de estos planes se limitaban al despliegue de infraestructura complementando con el regalo de dispositivos de computación para estudiantes de escuela pública.

El plan era correcto, las esperanzas de transformar digitalmente a los latinoamericanos del Siglo XXI dándoles conocimiento en tecnología desde primaria era una propuesta hipnotizante que pocos podían rechazar, sobre todo ahora que el LTE aminoraba los costos al momento de dar conectividad a escuelas en zonas rurales. Millones de dólares después es claro que regalar computadores o tabletas tiene como principal elemento positivo la propaganda del político de turno que se toma la foto con un niño pobre y sonriente (si su ropa está rota y el infante descalzo son puntos extra) pues poco se puede hacer sin un esquema logístico que contemple reparación o reemplazo de dispositivos, capacitación continua de los docentes y la preparación de aplicaciones educativas que sirvan para apoyar la enseñanza de las párvulos.

Quizás sea el Plan Ceibal de Uruguay el que brinde información pertinente para mejorar las iniciativas de incorporar la tecnología a la educación ahora que los primeros niños en integrar el Plan Ceibal comienzan a llegar a universidad.

Este largo preámbulo sólo tiene como objetivo recordar que con la llegada de cada nueva generación móvil en el presente siglo hemos tenido voces clamando un cambio en idiosincrasia, la disrupción de la forma de hacer negocio en formas inimaginables y la completa transformación digital de nuestra vida – el viejo video donde una persona se levanta y todos los aparatos dentro de su casa están conectados, se comunica por medio de hologramas en 3D y cuando sale al auto la conexión del hogar se transfiere al vehículo. ¿Cuánto costaría comprar todos esos equipos y pagar una conexión de FTTH que soporte el tráfico generado? ¿Cuántos países de America Latina y el Caribe tienen salarios mínimos entre US$ 200 y US$ 300 mensuales?

Dicho esto es de esperar que crecimiento de 5G seguirá el mismo patrón que el de generaciones previas, aunque un poco más acelerado. Aun con esta rapidez, los próximos 2-3 años serán de lanzamientos y expansión de cobertura para la nueva tecnología. Una expansión que se presenta con más complicaciones que las observadas en generaciones anteriores por el tipo de frecuencias a utilizarse y los modelos de negocio que realmente pueden beneficiarse a corto plazo de una tecnología que puede soportar diez veces más la cantidad de dispositivos conectados que la generación que le precede.

En otras palabras, el inicio de la masificación de 5G en América Latina y el Caribe no ocurrirá antes de 2023. Para esa fecha aún estaremos mejorando el desempeño de la tecnología para que pueda acercarse a las velocidades que se mencionan continuamente en la prensa. Y así como la adopción de la tecnología tardará años el cambio paradigmático que tendrá en el diario vivir de las personas, en la conducción de negocios o la nueva literatura regulatoria por escribirse tardará décadas en afianzarse.

Contabilizar la transformación total de nuestro modus vivendi en meses o años gracias a la tecnología representa vender tanto humo como el pensar que la transformación natural de una industria con salidas y entradas de nuevos jugadores representa el preámbulo de drásticos cambios estructurales por arte de magia.

La tecnología es una herramienta que convive en un entorno rodeado de fuerzas políticas, regulatorias y económicas que no siempre se acuerdan de la sociedad civil que al final de cuentas es quien decide cuándo estará preparada para aceptar un cambio en su comportamiento. Cuidado con los charlatanes que sin haber hecho un análisis holístico de cada mercado tratan de vender 5G como ambrosía para nuestra hambruna de conectividad pues no sea que realmente estén impulsando la apertura de una nueva caja de Pandora.

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