La memoria tiene sus virtudes. Usualmente nos blinda de los malos momentos para acariciar la soledad con gratos recuerdos. Es remontarnos a la época donde un juguete o una pregunta nos llenaban de felicidad. Sí, aquel tiempo donde como Gulliver habitábamos una tierra de gigantes.
Una tierra en donde vimos por primera vez un partido de fútbol, conocimos la rapidez del baloncesto y bostezamos frente a un juego de baseball. Era un mundo diferente, sencillo, donde los gigantes nos protegían, la naturaleza era a colores y la televisión a blanco y negro.
Lo interesante que algunas veces tiene la memoria es que al divagar en su colección de recuerdos nos encontramos con uno que al revivirlo muda su significado. Las banderas toman un matiz más amplio, las lágrimas uno más amargo.
¿Y el deporte? Ese era el compañero donde los gigantes se sentaban para ser más próximos. Sobre todo los torneos internacionales, donde la esperanza de un triunfo a veces justificaba la decepción de contemplar tantas derrotas. Luego del partido, a conversación forzada con los gigantes. Darle un análisis exhaustivo copiando demasiadas palabras del narrador.
Así se pasaron los años, los gigantes cada vez más altos en mi visión. Hasta que un día uno de ellos se marchó en un hasta luego que aún no se cumple. Tal vez quiso recorrer todos esos parajes que continuamente me mostraba en libros, visitar donde se libraron batallas y conquistas. Regresar a la España de sus abuelos.
Yo ya andaba errante por el mundo. Explorando, conociendo, viviendo y visitando. Como canción de Facundo Cabral andaba en un soliloquio mental de no saberme de aquí o de allá, sino de la tierra de gigantes que en un momento fue mi casa.
De vez en cuando visitaba el origen, tarea irremediablemente complicada por la multitud de aeropuertos y, en los inicios, la escasez de dinero. Allí en su silla, encontraba a la gigante con su mirada inquisitiva y un beso en sus labios. Hablaba de todo un poco, de todos sus retoños, de todo su camino…
Recuerdo la vez en que llegué de sorpresa, cargando en los brazos a su nieta para que entre risas y alegrías me diese la bienvenida a la tierra de los gigantes.
Ya desde esa ocasión pasaron varios años. Sin embargo, mi última gigante se tenía guardada una última carta bajo la manga. Durmiendo decidió decirnos hasta luego la semana pasada.
Ahora ando Errante por el mundo, sabiéndome, junto a mis hermanos, los últimos sobrevivientes de una era de gigantes.
Referencias
Las imágenes son de Pixabay. Esta columna fue publicada originalmente en el portal de deportes DiarioAM bajo el pseudónimo Errante.