Usualmente cuando se habla de la disponibilidad de una nueva tecnología todo el énfasis se centra en cuanta cobertura posee la misma para de esta forma poder determinar cuán rápida puede ser su adopción. En América Latina y el Caribe las tecnologías de más rápida adopción son las que proveen servicios móviles, la rapidez de la gran mayoría de los despliegues de estas redes muchas veces han enfrentado como freno obstáculos que nada tienen que ver con aspectos técnicos.
Este foco en la expansión en cobertura hace que la discusión sobre la disponibilidad de dispositivos pase a un segundo plano. Sin embargo, el crecimiento de toda nueva tecnología depende en gran parte de la disponibilidad de dispositivos a precios razonables que permitan a los operadores incrementar de forma rápida el número de usuarios que la adopta. La ecuación es sencilla: no importa el tamaño en cobertura geográfica de la nueva red; si no hay terminales disponibles con la capacidad de conectarse a la misma, su impacto es mínimo.
Entre los ejemplos sobre como la falta de equipos (léase: módems, celulares, etc.) puede incidir en el éxito o fracaso de una tecnología se observa en la no tan lejana historia de la familia de tecnologías que se agrupa bajo el estándar 802.16 del Instituto de Ingeniería Eléctrica y Electrónica (IEEE por sus siglas en inglés), mejor conocidas como WiMAX.
Precisamente en sus años de mayor apogeo en América Latina y el Caribe era imposible encontrar un operador que no estuviese explorando el desarrollo de esta tecnología o escuchar a un gobierno informar que estaba trabajando para colocar a la disponibilidad del mercado espectro radioeléctrico para el desarrollo de esta tecnología. En esos años de soberbia inentendible WiMAX era vista como la solución a todos los problemas de conectividad de la región y en el proceso, el certificado de defunción de las alternativas alámbricas para conexión a banda ancha.
No obstante, paulatinamente el entusiasmo por la tecnología fue mermando en la región y, de forma silenciosa, muchas de las redes desplegadas fueron desmanteladas en Chile, Colombia y México, entre otros mercados. Hubo varios obstáculos que contribuyeron al fracaso de esta tecnología, que van desde las altas frecuencias de espectro radioeléctrico utilizadas (mayormente 3,5 GHz en América Latina) hasta las demoras en interoperabilidad de equipos producidos por distintos fabricantes.
Además de estos dos factores, la explicación más recurrente de los distintos operadores que apostaron por esta tecnología era la falta de dispositivos. Esta afirmación inmediatamente iba acompañada de otro problema: los pocos terminales disponibles eran costosos. Su realidad se limitaba a esperar demasiado por el reabastecimiento de dispositivos, que muchas veces resultaban más caros que las alternativas utilizadas por los otros proveedores de banda ancha del mercado.
El precio de los dispositivos y la variedad de los modelos disponibles son dos aspectos que no pueden ser subestimados. Si los dispositivos tienen un alto precio, el mercado potencial dentro de la base de subscriptores del operador será pequeño.
La evolución natural de las tecnologías inalámbricas hace que mientras pasen los años la cantidad de modelos de dispositivos disponibles se incremente. Asimismo, el precio de los dispositivos desciende según nuevos modelos aparecen y se incrementa la adopción de la tecnología en segmentos de la población de menor poder adquisitivo. Esta dinámica de mejores economías de escala para dispositivos es la que favoreció a la adopción de tecnologías como GSM y UMTS en América Latina.
La llegada de LTE en 2011 a América Latina, dos años más tarde que su primer lanzamiento global, trajo consigo varios obstáculos que desaceleraron su adopción por el mercado masivo. Uno de estos frenos fue la disponibilidad de dispositivos, principalmente teléfonos móviles que pudieran funcionar con esta tecnología.
Las redes LTE comenzaron a proliferar en América Latina cuando aún la tecnología no contaba con economías de escala suficientes o una gran variedad de terminales baratos que permitiese su rápida masificación. Por otro lado, la fragmentación en el uso de diferentes frecuencias de espectro radioeléctrico supuso una oferta asimétrica de dispositivos para distintos mercados.
Antes esta realidad, la lógica dicta que los gobiernos de la región adopten medidas que sirvan para acelerar la adopción de LTE, para de esta forma mejorar la experiencia de conectarse a Internet de los usuarios. La realidad es completamente distinta, pues priman medidas para incrementar impuestos a la importación de terminales, a veces complementadas con iniciativas de sustitución de importaciones que en varios mercados han probado ser ineficientes.
Quizás el mercado regional más golpeado por la falta de teléfonos es Venezuela. Este país sudamericano tiene en su historial haber sido uno de los principales protagonistas del desarrollo de las tecnologías móviles de la región. En un pasado no tan lejano como se puede pensar, diversas empresas lanzaban en Caracas nuevas tecnologías y/o servicios que en cualquier otro mercado latinoamericano.
Los tiempos han cambiado. Hoy Venezuela cuenta con un alto número de usuarios utilizando tecnologías y/o celulares que son considerados obsoletos en otros países del hemisferio. Las trabas para importar infraestructura y equipos han hecho que las redes no pueden actualizarse a la velocidad deseada o que los usuarios puedan adquirir el dispositivo que le permita acceder a las nuevas tecnologías.
La pregunta necesaria ante esta situación es: ¿desea el gobierno modernizar los servicios que ofrece a los ciudadanos para abaratar sus costos, incrementar la transparencia de las operaciones y hacer su entrega más eficiente? Sin una plataforma moderna de telecomunicaciones el gobierno no contará con todas las herramientas necesarias para promover soluciones de tele-salud en las zonas más apartadas del país. Asimismo, sin la capacidad de los usuarios de conectarse con velocidades apropiadas a Internet podría ser contraproducente hacia cualquier estrategia de gobierno electrónico que sea implementada.
Si el usuario no cuenta con el dispositivo que le permita conectarse, ofrecer contenidos, aplicaciones o cobertura de redes de última generación no hace gran diferencia. Solo cuando haya acceso por parte de los usuarios se podrá comenzar a hablar de un beneficio.
Al final de cuentas, el servicio móvil es un negocio primero de teléfonos y luego de cobertura. Esta premisa se hará más importante en el mundo de los contenidos pues el modelo de teléfono utilizado determinará a que contenidos puede acceder el usuario.
Referencias
La imagen es de Pixabay.
Una versión de esta columna fue publicada en America Economía el 29 de abril de 2015.