Vivimos tiempos históricos para las diversas variantes que ofrece la tecnología. Desde poder acceder a conexiones a alta velocidad por medio de un celular hasta definir la política pública de un país a través de redes sociales. La adicción voyerista que estas redes pueden causar lleva muchas personas a no poder despegarse de su dispositivo. Tristemente en casos extremos, la debilidad mental de algunos inclinarlos a buscar validación a sus actos a través de redes sociales.
Cuando los protagonistas de este ostracismo digital son adolescentes pocas personas encuentran alguna razón para preocuparse. La rebeldía de la juventud, la soberbia de la juventud o esa búsqueda por el autoconocimiento que lleva a los jóvenes a adoptar patrones de comportamiento que no siempre se acomodan a lo tradicionalmente esperado en su cultura.
Sin embargo, cuando quien abusa de las redes sociales es un funcionario público que confunde un pronunciamiento en Twitter con gobernar las consecuencias peligrosas son innumerables. Así a través de insultos, berrinches y horrores gramaticales ha surgido en los pasados 18 meses una nueva diplomacia, la diplomacia del Twitter que ha forzado a muchos jefes de estado a utilizar esta plataforma si es que desean obtener algún grado de atención del llamado gran líder del mundo libre. Lo caricaturesco pierde su gracia ante las consecuencias de la improvisación.
Así se redefinen los parámetros de lo que significa e implica inclusión política. Quién no tiene la capacidad de utilizar las redes sociales predilectas de sus funcionarios electos podría no encontrar el mismo interés a sus solicitudes que aquellos que utilizan la red para alimentar el ego y servir como fieles rémoras. El temor de contradecir aún las más estrambóticas aseveraciones ha llevado a más de uno a comportarse como un títere de manera, aunque a veces de la impresión que Pinocho tiene más sangre y la nariz más corta.
Las redes sociales abandonaron su papel endógeno para ser utilizadas para definir relaciones con la comunidad internacional el problema se complica. La estrategia de “shock and awe” utilizada durante la campaña estadounidense en Irak no puede ser traducida a la diplomacia binaria. Insultar, halagar e insultar nuevamente no es la manera más apropiada para buscar la paz. Sobre todo cuando el fondo del acuerdo no se ha materializado, aunque este pequeño detalle quede marginado antes las repetidas peticiones de ser galardonado con el Premio Nobel de la Paz.
Aunque parezca sorprendente que eventualmente otros jefes de estado se hayan hecho participes de la diplomacia del Twitter, para la gran mayoría es la única vía existente para defender sus derechos y cortésmente mandar a buen lugar a quien los insulta y denigra. Ahora tenemos la gran oportunidad de ver a los líderes de los países más ricos del mundo decidir el futuro de sus compatriotas en 280 caracteres. O ver como en cortos mensajes sirven para que en una colonia caribeña sus gobernantes pierdan la dignidad al vivir en una genuflexión perpetua ante un amo al que siempre se presentan serviles.
Pero como en redes sociales lo importante es saber cuántas personas interactúan con tus escritos, alguno que otro líder aprovecha su limitado especio en Twitter para escapar de sus problemas internos y amenazar países con nuevas tarifas. Al ver que sus amenazas no lograron su cometido hace pocos días se pasó del verbo a la acción alertando nuevamente por redes sociales la imposición de tarifas punitivas a países que se consideran una amenaza para su seguridad nacional.
Un dato interesante es que al revisar las materias primas y productos manufacturados que han sido señalados para recibir el incremento tarifario, vemos que el impacto del nuevo impulso pasional por la búsqueda de validación puede tener consecuencias devastadoras para el sector de las tecnologías de información y comunicaciones (TIC). El discurso jingoísta se ha olvidado de que las redes de telecomunicaciones son esenciales para la protección de la seguridad nacional, sobre todo cuando elementos claves para la tecnología como sus componentes o lugar de manufactura han sido negativamente por el último berrinche del líder supremo.
Un incremento en el precio de redes de infraestructura y de nuevos dispositivos redundaría en un proceso más lento de despliegue y adopción de nuevas tecnologías. Atrasos en la conexión de fibra hasta las torres o la ubicación de nuevas celdas que permitan conectividad de la afamada 5G. Aun logrando lo anterior, quedaría pendiente saber el destino que tendrían los dispositivos móviles al ser la gran mayoría de estos, a nivel global, fabricados en países penalizados. Esto se traduciría a demoras no proyectadas en el camino de que los dispositivos 5G alcancen economías de escala.
Los caprichos son caros, la estupidez aún más.
Referencias
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