Últimamente, al abrir el periódico, nos topamos con noticias que parecen ser novedades. Actos absurdos, de esos que no caben en la lógica de ningún ser racional, son narrados de mil formas distintas. Personalmente prefiero las que adoptan un acercamiento detectivesco ya que me recuerdan a los misterios resueltos por Sherlock Holmes, ese ficticio detective que según la poeta Dorothy L. Sayers aprendió muchas de sus artimañas en el Sidney Sussex College de la Universidad de Cambridge.
Tan sólo basta prestar un poco de atención a estas noticias para develar que son historias recurrentes y que han exacerbado su gravedad gracias al presente momento que vivimos. Un mundo en el que mientras muchas personas voluntariamente han decidido limitar su interacción con otros seres humanos para vivir en cuarentena; líderes enanos han aprovechado la distracción general para impulsar acciones xenófobas en contra del siempre maldito “otro”. No importa si los receptores del odio son niños o ancianos, lo importante es identificar al culpable de turno con tal de descargar responsabilidades.
Ante tanta desolación la tristeza aumenta cuando en lugar de guía e información, quienes se refugian en sus casas reciben paranoia y miedo por parte de las autoridades. Es ese pavor el que se incrementa desmesuradamente gracias a la desinformación que paradójicamente proviene de portales digitales que replican, como repetidora sin cabeza, todo tipo de conspiraciones que poseen como punto de partida las partes mejores conocidas de la infraestructura inalámbrica de telecomunicaciones: torres y antenas.
No importa que exista a nivel general un convencimiento acerca de la importancia de las telecomunicaciones en tiempos de pandemia o respecto a que la cordura se ha logrado mantener gracias a servicios de entretenimiento a los que se acceden por medios de unos y ceros. Tampoco interesa que una minoría muy privilegiada tenga la posibilidad de trabajar y/o estudiar desde su hogar por medio de una conexión de Internet.
Precisamente es ese privilegio de unos pocos lo que debería potenciarse en estos momentos, que para algunos son de soledad y preocupación. Para lograrlo hay que considerar dos factores muy importantes y el primero es el acceso a los servicios de telecomunicaciones. Puede sonar repetitivo, pero para que la gente pueda utilizar su celular o un computador para acceder a Internet, es necesario que en la localidad donde está ubicado el hogar de la persona que desea conectarse se ofrezcan los servicios de telecomunicaciones.
Si no hay servicios disponibles, todas las ventajas y promesas que se leen en el periódico o tanto se reiteran en programas de radio y televisión son palabras vacías. Por lo tanto, acaban siendo generalidades que al final de cuentas buscan normalizar los privilegios de unos pocos como si fuese el diario vivir de la gran mayoría.
El segundo factor relevante a tener en cuenta es el costo de acceder a los servicios de telecomunicaciones. Una vez que se sabe de la disponibilidad del servicio, hay dos barreras que tienen que superarse: primero, el costo del dispositivo a utilizarse (por ejemplo, un celular o un computador) y segundo, el costo de mantener mensualmente dicho servicio ya sea con recargas o mensualidad.
Sin embargo, la desconfianza está complicando una realidad en la que llevar conectividad a nuevas localidades ya era un proceso lento y burocrático. A la diversidad de requisitos existentes, se le tiene que agregar el rechazo de muchas comunidades a la llegada de técnicos de distintas empresas a reparar o mejorar las redes de telecomunicaciones en su área. Es inevitable que en algún momento en que los usuarios enfrenten problemas en su conexión de Internet, sea necesario que una persona tenga que ir a revisar de forma presencial los equipos utilizados para la conexión. Esto no necesariamente implica entrar en el domicilio de una persona ya que con tan sólo ver la conexión al edificio puede ser suficiente.
Por eso resulta una lástima leer acerca de personal de distintas empresas que han sido amenazados o han tenido sus vehículos vandalizados. En casos extremos, la desinformación ha llevado a las personas a incendiar torres de telecomunicaciones. Créase o no, son estos mismos actores quienes, al llegar contentos por sus acciones, se escandalizan al ver que no tienen servicio celular o conexión a Internet para ver su serie favorita. Es sumamente necesario educar a los consumidores acerca del impacto de las telecomunicaciones en su vida y, de forma transparente, responder cualquier pregunta que puedan tener sobre el impacto que las redes puedan tener en su salud. De esta forma se evitarán actos que desaceleren el desarrollo de redes de telecomunicaciones al tiempo que se fomentará la seguridad de los trabajadores que despliegan la infraestructura y los consumidores obtendrán mejores servicios.
Sin duda alguna, queda claro que nada de lo expuesto previamente podrá lograrse sin la inclusión y colaboración de las autoridades locales. Ignorarlas es riesgoso, pues es condenarse a demoras, incomprensión y burocracia.