La digitalización de todos los sectores productivos de la economía continúa siendo el objetivo primordial de la mayoría de los gobiernos de América Latina. Para alcanzar este logro es preciso que se efectúen modificaciones al marco regulatorio existente que permitan la implementación de una estrategia enfocada en la digitalización de todas las agencias públicas, siendo la meta que todas puedan comunicarse entre sí, evitando la creación de islas de conectividad.

Es precisamente este diálogo digital el que permitiría identificar eficiencias, anular duplicidades y reducir los tiempos de transacciones oficiales. Una de las consecuencias inmediatas de este acercamiento sería el reducir los costos existentes para procesos básicos que rutinariamente tiene que cumplir la población general.

Un ejemplo podría ser la solicitud de documentos básicos como certificados de nacimiento o el historial de salud que solo pueden efectuarse en centros urbanos donde la entidad de gobierno pertinente tiene presencia. Este requisito implica que los habitantes de localidades rurales, de bajo poder adquisitivo y escasa población tendrían que dejar de trabajar como mínimo un día para obtener la documentación. Teniendo en consideración las condiciones laborales que enfrentan los estratos económicos bajos, este día de ausencia en el trabajo podría conllevar algún tipo de sanción o hasta el despido. Como se  puede observar, la digitalización de servicios de gobierno tiene un componente humano que no puede pasar por desapercibido por quienes toman las decisiones de política pública.

Cabe resaltar que un elemento básico para que la deseada transformación digital se haga realidad es la existencia de al menos un proveedor de servicios de telecomunicaciones, que incluya en su cartera de servicios acceso a Internet, en todas las localidades pobladas del país.

Simplemente que todos los habitantes puedan a acceder a conexiones de alta velocidad a Internet a un precio asequible. De esta forma, la totalidad de la población tendría la oportunidad de beneficiarse de las múltiples aplicaciones y programas de software que se han puesto a su disposición. No contar con al menos una plataforma de conexión implica exacerbar la brecha digital. El peligro ya no es simplemente poder o no poder conectarse a Internet, sino tener la capacidad de acceder a servicios públicos y/o privados que hayan sido digitalizados.

Obviamente esta migración hacia la disponibilidad digital de un número cada vez mayor de servicios históricamente provisto de forma presencial está redefiniendo el rol que debe cumplir la cobertura de las redes de telecomunicaciones. Una cobertura que tiene que ir acompañada con la disponibilidad de equipos que permitan a las personas conectarse a estas redes y tener la capacidad de completar transacciones de gobierno a través de Internet.

Sin embargo, todo lo anterior es solo parte de un entorno cada vez más complicado para el modelo tradicional de prestación de acceso por parte de los operadores de telecomunicaciones. La proliferación de contenidos por parte de terceros tiene como consecuencia un menor consumo por parte de los usuarios de aquellos contenidos propios que han sido creados por el operador en su deseo de continuar manteniendo dentro de su propia red la mayor cantidad de tráfico posible. Es este mismo deseo el que ha llevado a más de un operador a negociar con Netflix y otros grandes proveedores de datos el hospedaje local de sus contenidos de mayor demanda.

Queda claro que es una batalla perdida por los operadores, derrota que tendrá como consecuencia la continuación de ese proceso de consolidación del sector en la que el pez grande devora los chicos con la esperanza de mejorar su posicionamiento estratégico. Cuando estos procesos de consolidación se dan en un entorno regional que permite al comprador entrar en mercados en los que no estaba presente, el impacto positivo de la transacción parece evidente. El gran operador expande su presencia geográfica dándole la oportunidad de comercializar servicios a nuevos clientes.

No obstante, cuando la transacción tiene un efecto aglutinador, reduciéndose mayormente a un mayor número de líneas bajo el manto de una sola empresa el impacto ya no es tan directo como se puede llegar a pensar. Todo dependerá del perfil de cliente adquirido, sus hábitos de consumo y los activos tangibles, como infraestructura, e intangibles, como espectro, que haya adquirido. Los días donde un mayor número de líneas eran el principal indicador de éxito han quedado atrás, lo importante es el margen de ganancia que contribuye cada nuevo cliente y las sinergias que puedan obtenerse de los nuevos activos.

Mejorar el margen de ganancia de cada cliente es una estrategia titánica para los operadores de telecomunicaciones si se tiene en cuenta que uno de sus grandes generadores de ingresos, la telefonía, cada vez representa un porcentaje menor de los balances financieros y las aplicaciones desarrolladas por terceros cada vez acaparan más tráfico de los clientes. Ergo, las ganancias obtenidas por mantener el tráfico dentro de la misma red también están convirtiéndose en un elemento de un pasado que seguramente será idealizado en un futuro cercano.

El desafío de los operadores de telecomunicaciones es como evitar ser relegados a ser simples tuberías. Sin un cambio radical en el modelo de negocios de los prestadores de servicios de acceso, el paso del tiempo solo le ofrecerá una merma en sus ingresos por usuario.

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