Recuerdo como si fuera ayer una presentación que hice hace casi veinte años en Nassau sobre el impacto de la consolidación en el mercado de telecomunicaciones. Basaba en ese entonces mis comentarios en una realidad que cada vez se hacía más clara en su definición de rutas que eventualmente se encontrarían.

Era claro que los operadores incrementalmente se alejaban de las tecnologías propietarias para inclinarse hacia las estandarizadas e interoperables lo que eventualmente haría más sencilla las adquisiciones o fusiones de empresas con infraestructura similar. También en el campo de las telecomunicaciones era obvio que el tamaño lo es todo, las economías de red impulsaban a los operadores a incrementar si mercado objetivo de clientes por medio de la expansión geográfica hacia nuevas zonas poblada ya sea dentro de un mismo mercado, en otro país o una combinación de las estrategias anteriores. La tercera vía que indicaba el camino a la consolidación la brindaban los avances tecnológicos que eventualmente posibilitaban que un proveedor de un solo servicio pudiese comenzar a ofrecer servicios que antes les eran vedados por cuestiones puramente tecnológicas.

En aquella época, se vivía un glamour desbordante caracterizado por el continuo despilfarro de dinero por empresas que pensaban que una vez construyeran sus redes de telecomunicaciones los clientes aparecerían mágicamente. La necesidad de fusionarse o venderse no era un concepto común ni generalmente comentado en el mundo de las corporaciones privadas. Imperaba la visión del llamado Consenso de Washington y lo único que podía estar en venta eran activos estatales.

Eran tiempos donde los límites de la razón no existían y un exorbitante positivismo se plantaba como principal protagonista de toda la industria. El futuro se colocaba en el ahora, solo se tenía que hacer un esfuerzo para atraparlo. Mientras ese ejercicio, como piedra de Sísifo se comprobaba fútil, los modelos de negocios se saltaban la estructura de costos o elementos tan sencillos como el mercado potencial del servicio o producto. Lo importante era un pabellón de tres pisos con elevador en el próximo congreso o hacer financiamientos que crearían realidades paralelas para tardarse años en generar un centavo de ingreso pero en los estados contables ni todo un Merlín podría haber logrado la magia lograda al reportar efectivo.

Hablar de consolidación bajo ese manto no era ser pecador, era ser ignorante. ¿Cómo atreverse a hablar de consolidación en medio de tanta abundancia? ¿Por qué la arrogancia de insinuar fracasos entre tanto éxito? ¿Por qué sembrar espejismos paranoicos entre tanto bacanal?

Al cabo de unos pocos años, ante la debacle financiera que arrastró a tantas empresas, el tema de la consolidación ya no era insulto sino obligación. Aunque tampoco se había transformado en un ejercicio sencillo que dependía de medir las afinidades estratégicas de dos entidades antes de negociar su unión. Gran parte de lo intangible no formaba parte de la negociación sólo aquello que destilaba un valor perceptible.

Elementos como niveles de deuda, composición de accionistas, regulación en los mercados en que se está presenta y estrategia a corto/ largo plazo también comenzaron a posicionarse como elementos a ser considerados dentro de cualquier transacción. Sorpresivamente el tema de la cultura aún no se presentaba lo suficientemente importante para ser incluido en negociaciones de consolidación y expansión de más de una empresa. Para ellos con ofrecer un servicio bastaba, había una separación tácita entre la cultura local y alguien que le interesa vender minutos de voz, paquetes de datos o servicios de Internet.

Sin embargo, el elemento cultural parece que paulatinamente se hace presente ante tantos reclamos que en los pasados veinte años se han ido escuchando a través de los distintos mercados de la región la explicación de los problemas que enfrenta una empresa se reduce a un “nunca han logrado entender cómo hacer negocios aquí, imponer modelos importados sin amoldarlos a una realidad local no sirve” y seguramente no servirá en un futuro cercano.

Tal vez sea por esa razón que grandes empresas multinacionales no han podido mantener operaciones en un Caribe no hispano parlante o que la transición de gigantes de otras geografías a la latinoamericana no haya sido tan exitosa como inicialmente pensada. Tampoco hay que olvidar los esfuerzos de quienes han tratado desde estas orillas crear un imperio en el viejo mundo sin siquiera haber podido acariciar la totalidad de una lágrima. Actores grandes y chicos han recibido en algún momento u otro un golpe de humildad en el complejo mundo de las telecomunicaciones.

Un mundo en constante evolución y muy distinto al que hace un par de décadas me inspiro a hablar de consolidación ante más de una burla de la audiencia. Lo que no ha cambiado desde mis palabras en Bahamas es que la consolidación apunta a la creación de operadores que quieren convertirse en un punto de ventas único. La diferencia de mi visión del mercado de entonces al de ahora es que mientras en ese momento pensaba que ese punto de ventas se limitaba a servicios de acceso, ahora pienso que el objetivo final e inmensamente más complejo es ser un punto de ventas único de servicios de valor agregado.

Desgraciadamente para muchos actores, la evolución tecnológica en un mundo totalmente IP implica que cada vez más la mayor parte del tráfico que se transporta en redes de telecomunicaciones es generado por empresas que no ofrecen conectividad a los usuarios o corporaciones. En otras palabras, los ingresos generados por estos datos (léase contenidos, aplicaciones o servicios) no van a las arcas de los tradicionales operadores de telecomunicaciones.

La industria no es tonta y hay quienes aseguran que la solución para los operadores es hacer alianzas con estos terceros para que sus datos sean transportados de forma exclusiva por sus redes, algo que cada vez se ve más difícil al considerar las empresas que mayor cantidad de tráfico generan, su poderío financiero y su sagacidad en hacer negocios en áreas que antes eran reservadas para el mundo de los proveedores de servicios de telecomunicaciones.

Lo cierto es que la historia es cíclica y queda muy claro que en la actualidad existe una sobrepoblación de proveedores de valor agregado y otros tipos de contenido. Tarde o temprano alcanzaremos un punto de inflexión para esos servicios dando pie a una nueva ronda de consolidación 2.0 en la que las tuberías no se limitarán a un modelo de dependencia de terceros tan peligroso que los pondrían a merced de los creadores de tráfico. La única diferencia de este nuevo oleaje de concentración es que muchos de los operadores de telecom serán las piezas de adquisición de corporaciones no tradicionales que cuentan sus activos en intangibles digitales.

 

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