La industria de telecomunicaciones es fascinante en muchos aspectos. Entre las ventajas que ofrece figura la renovación que propone constantemente forzando a un aprendizaje continuo. Directa o indirectamente, el sumergirse en esta industria implica tener que aprender de temas tan diversos como economía, leyes, o publicidad. Pero aún más importante al pleno dominio de todos estos temas es la metamorfosis que silenciosamente va ocurriendo y termina transformándonos en detectores de mentiras con alto porcentaje de exactitud.

¿Por qué detectores de mentiras? Sencillamente porque como bien dice el refrán: “No todo lo que brilla es oro”.  Y es que los refranes son algo más que una forma prehistórica de Twitter que de forma acotada nos comunicaban algo. Su naturaleza pedagógica nos imparte en palabras sencillas lecciones que casi siempre preferimos ignorar hasta que un golpe nos inyecta la dosis de realidad necesaria para aprender a respetarlos.

Desafortunadamente en la industria de telecomunicaciones hemos preferido ignorar los antiguos axiomas y desbocarnos en lo carnavalesco. Es increíble la cantidad de medias verdades que se mencionan con fines políticos o por simple ignorancia del interlocutor. Tampoco deja de sorprender la utilización selectiva de información de entidades internacionales que son alabadas cuando coinciden e ignoradas al disentir. O, como siempre, los modelos del “primer mundo” son los más acertados para solucionar los problemas de mercados que no tienen la misma cantidad de infraestructura desplegada, topografía similar, niveles de alfabetización y más importante aún la diversidad idiomática de los sectores de menor poder adquisitivo y menor presencia en Internet/Telefonía.

Digamos que todo lo anterior es parte política, parte intereses creados y, en algunos casos, poca transparencia. Aunque no se esté de acuerdo con este juego se puede entender el movimiento de las distintas fichas. Lo que parece no tener explicación es cómo empresas que ferozmente compiten por posicionarse en un mercado y que dan prioridad a los márgenes de ganancia en más de una ocasión piensan que todo lo que brilla sí es oro. Lo sorprendente no es ver que comenten un error, lo inaudito es ver como lo cometen una vez y lo repiten varias veces. Se podría pensar que es testarudez o arrogancia pero tratar de imponer modelos de negocio fallidos es demasiado común.

Aunque se observa mayormente en las hermosas presentaciones que hacen empresas que anualmente nos prometen El Dorado que librará a la región de su atraso tecnológico y como efecto secundario erradicará la pobreza; también se ve a través de la entrada de nuevos operadores que ingenuamente piensan que son una franquicia de café y pueden implementar en cada mercado el mismo menú que los hizo exitosos en un principio. Se olvidan que el café se bebe aguado en unos mercados, con azúcar incluido en otros y bastante cargado en el Caribe…

Tampoco deja de sorprender observar como en muchos casos el patrioterismo desemboca en una confianza plena en operaciones nacionales que históricamente no se caracterizaron por ser un modelo de eficiencia. Sí hay ejemplos de empresas públicas que operan exitosamente y han encontrado un nicho que les permite ofrecer servicios de calidad frente a competidores privados, aunque son muy pocas. El problema no es si privatizar o no, la dificultad deriva en elaborar un plan sensato de crecimiento – independientemente del futuro elegido para el operador – y atenerse al mismo. Fácil decirlo, sumamente difícil implementarlo. Sobre todo cuando parte integral de la decisión final es definir a quien defender y proteger: la empresa o el consumidor.

Paradójicamente, no todos los entes de regulación del mundo colocan como prioridad al consumidor. Algunos por estar totalmente intervenidos por el poder ejecutivo y otros por malgastar sus pocos fondos en defenderse de los ataques que reciben por parte de otras entidades de gobierno. En casos extremos se ha amenazado a los funcionarios con despedirlos si se atreviesen a responder una llamada telefónica de un periodista solicitando las estadísticas más recientes del mercado porque los mismos dejaron de ser actualizados en el portal de la institución. En otros casos el descaro es poco sutil y el funcionario pide dinero por considerar una solicitud o lo ofrece junto con una página de resultados para que el consultor designado haga alarde de la mejor ingeniería inversa para elaborar una metodología que resulte en las conclusiones deseadas. Esto sin entrar en los numerosos casos de maquillaje de cifras para inflarlas y mostrar que sí se están cumpliendo las metas de gobierno.

Afortunadamente hay reguladores más independientes (muchas veces luego de un doloroso proceso para ganar su libertad) que dan prioridad al consumidor de distintas formas. En lo que respecta la otorgación de concesiones, el caso más celebre se remonta a no cobrar por la licencia pero a cambio de ese ahorro se imponían requisitos de cobertura muy estrictos que garantizaban que de forma acelerada los consumidores tuviesen acceso a nuevas tecnologías.

Lo que más inspira son los esfuerzos que se observan en muchos lugares para llevar acceso a zonas remotas y concientizar a la población de las ventajas que ofrece el gobierno en línea. El éxito de estas iniciativas no se medirá en la cantidad de millones de dólares a ser invertidos sino en la forma en que se hace esta inversión. No por prometer miles de kilómetros de fibra óptica se solucionan los problemas de conectividad de un país, también hay que considerar las sustentabilidad de esa infraestructura, por donde pasa, a quién conecta y, por supuesto, si está iluminada. Pocos gobiernos están haciendo su tarea en este último aspecto.

¿Y la industria privada? El compromiso social existe por parte de muchas empresas pero no hay que olvidar que al final de cuentas son negocios que tienen como prioridad el bienestar de sus accionistas. Es responsabilidad de los reguladores crear incentivos para que el sector privado incremente su participación para mejorar el bienestar de la población, pero siempre vigilando que el costo de la inversión privada no supere los beneficios recibidos. Asimismo, el dialogo continuo entre el gobierno y el resto de los actores del mercado es un requisito esencial si lo que se busca es establecer una estrategia de largo plazo que termine beneficiando a todo el país.

Referencias

La imagen es de Pixabay.

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