Las tecnologías de información y comunicaciones (TIC) son elementos sumamente importantes para el desarrollo económico y social de un país. La capacidad que tienen las TIC de mejorar la productividad e incrementar la eficiencia de forma transparente hacen que su a adopción sea inevitable. Lo único que varía es la fecha en que estas comienzan a impulsar la llamada transformación digital de todos los segmentos productivos de la economía.

Una transformación que no sucederá mágicamente sino que necesita ser impulsada por planes bien definidos de implementación, inversión y sobre todo un marco regulatorio actualizado que no frene la digitalización de procesos productivos. Es de esperar que gran parte de esta planeación e inversión se dé por parte del sector privado, no obstante el gobierno debe estar preparado para establecer programas de re-educación y/o entrenamiento en nuevas destrezas para que las personas que puedan ser desplazadas de sus antiguas labores puedan continuar siendo parte de la fuerza laboral del país.

Tal vez sean las posibilidades que brindan las TIC tanto en el sector público como en el privado las que lleven a erróneamente equiparar su impacto con la cobertura territorial de redes de telecomunicaciones en el mercado. La transformación digital de un país afectará de forma directa o indirecta a todos sus habitantes, aún aquellos que residen en zonas sin acceso a servicios de telecomunicaciones. El principal error que algunos pueden cometer es pensar que mientras mayor sea la cobertura geográfica de las redes de telecomunicaciones, mayor será el impacto de la digitalización y más rápidamente se sumerge el país en la transformación digital.

Es inevitable cuestionar la lógica de este planteamiento, principalmente porque denota gran ignorancia sobre la dinámica operativa del sector de telecomunicaciones y del uso de las TIC como herramienta de desarrollo. En lugar de ofrecer respuestas, es un acercamiento que origina más interrogantes: ¿cuáles son las tecnologías que se contabilizan al momento de determinar cobertura? ¿Cómo ayudará el gobierno adecuando la infraestructura necesaria, por ejemplo carreteras o electricidad, para el despliegue de tecnologías inalámbricas en desiertos o selvas? ¿Acaso este objetivo de 100% de cobertura geográfica incluye las aguas territoriales del país donde evidentemente no hay personas viviendo?

La respuesta obvia es un rotundo no. Cuando se mide cobertura se hace pensando las áreas pobladas del país para de esta forma poder estimar el porcentaje de la población que teóricamente puede tener acceso al servicio ofertado. Esto es sumamente importante pues dependiendo del servicio que se esté midiendo el porcentaje de la población que tiene acceso al mismo varía, sobre todo si se piensa en plataformas no satelitales. Por ejemplo, el número de personas que pueden acceder a servicios de telefonía básica es mayor que las que pueden acceder a servicios audiovisuales 4K.

Sin embargo, la cobertura no lo es todo ya que tiene que ir acompañada de un plan logística que permita a los usuarios poder tener la capacidad de conectarse a la red que está presente en su localidad. En otras palabras, hay que establecer una estrategia plausible de cómo hacer que cada persona pueda acceder al dispositivo que le permitirá utilizar la red de telecomunicaciones presente en su localidad. Desplegar cobertura sin ofrecer la herramienta de conectividad que precisa el usuario, un dispositivo, es una pérdida de dinero y, por ende, una mala inversión.

Si el planteamiento se reduce simplemente a lograr cobertura del 100% del territorio nacional, hace varios años que la gran mayoría de los países de las Americas la han logrado por medio de los satélites que cuentan con pisada en la región. Los llamados pájaros de las telecomunicaciones con sus transpondedores en Bandas Ku, Banda C y Banda Ka, entre otras, aparte de cubrir todo el territorio nacional (incluyendo aguas territoriales, cordilleras, glaciares, selvas y desiertos) tienen la capacidad de ofrecer al usuario final servicios de telefonía, televisión restringida e Internet.

Una vez se conoce que ya se cuenta con cobertura geográfica nacional de 100%, la pregunta inevitable es ¿por qué no se utiliza para conectar a los desconectados? ¿Por qué tanto énfasis en agendas de desarrollo nacional que ignoran la infraestructura que ya está presente? La respuesta es bastante sencilla: es una cuestión de costos y de desempeño de los dispositivos que pueden conectarse vía satélite. Desafortunadamente, hasta el momento no son una alternativa para ofrecer conectividad a un mercado masivo de bajo poder adquisitivo.

Tampoco se puede olvidar que además de la cobertura satelital los países de la región tienen instalados miles de kilómetros de par de cobre, fibra óptica y antes para la transmisión de comunicaciones inalámbricas. Si se fuese a estimar todos los lugares donde una red de telecomunicaciones en estos momentos no cubre la población, sería probablemente acertado decir que alrededor del 5-6% de la población regional (~32 – 39 millones de personas) carecen de acceso a una red de servicios de telecomunicaciones que no sea satelital. Este número se reduce a menos de 5% en países como México (~6 millones de personas) y Brasil (~10 millones de personas).

Obviamente ante la presencia de esta cobertura nacional, si es que la cobertura es el elemento esencial en el despliegue de nuevas infraestructura de telecomunicaciones, haría obsoleta y mal concebida la idea de utilizar fondos públicos para la creación de un elefante blanco que trasmite señales digitales. Fondos que podrían utilizarse para programas de capacitación digital de personas de todas las edades, para establecer alianzas con centros de educación terciaria para hacerla disponible de forma remota en lugares donde el acceso a estudios universitarios es casi imposible o para crear contenidos educativos que puedan ser utilizados en las escuelas.

El problema de fondo de la presencia de redes de telecomunicaciones es más profundo y complicado que la instalación de antenas o el despliegue de fibra. Es problema real deriva de la capacidad del latinoamericano que vive en zonas rurales o apartadas de poder contratar servicios de telecomunicaciones debido a que no hay puntos de venta cercanos, y de haberlos, no cuentan con el poder adquisitivo necesario para costear un teléfono móvil.

No es hablar acerca de la necesidad de más redes sino de hablar de cómo se implementan políticas de inclusión que permitan a los ciudadanos a acceder a dispositivos modernos que ofrezcan la posibilidad de usar la tecnología como herramienta de crecimiento personal. Mientras no haya una concientización de la importancia de la tecnología en mejorar la productividad y el rol de las personas en esta transformación digital se seguirá esquivando el verdadero problema de la adopción de nuevas tecnología: el inmenso trabajo por hacer para mejorar el poder adquisitivo de quienes viven en localidades rurales, geográficamente de difícil acceso, de bajo poder adquisitivo y/o escasa densidad poblacional.

Pensar en la construcción de nuevas redes en lugar de pensar cómo aprovechar, expandir y potenciar las ya existentes simplemente es esquivar un problema que tarde o temprano se tendrá que atender. Tan solo puedo decir que ahora me suenan proféticas las palabras que alguna vez escuché de un profesor en mis años de universidad: para un funcionario público prometer construir cosas, aunque innecesarias, siempre suena bonito.

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