La vida en ocasiones nos sorprende con una agenda totalmente distinta a la que imaginábamos. Con un golpe de realidad repentino que nos fuerza a contemplar lo impensado, engendra creatividad, histeria y hasta euforia. Lo que inicialmente era impensado se materializa a lo lejos, dándonos ese sentido de inmunidad que seguramente deriva de la loca arrogancia de los seres humanos. Simplemente hemos llegado a ese punto donde las advertencias no se limitan a libros o películas apocalípticas. La fragilidad de la humanidad ha quedado exhibida por un pequeño virus.

Ante miles de decisiones desacertadas, el liderazgo de algunos jefes de estado deja bastante claro quienes entre sus pares en otros países son los débiles, los inseguros y los incompetentes que en su brutalidad solo pueden autoasignarse una buena calificación a su gestión.

Queda claro que la cotidianeidad se ha frenado o al menos va en vías de su total parálisis. La economía tradicional está siendo golpeada y los principales generadores de empleo, los pequeños negocios, son quienes llevan la peor parte. Pero no todo está perdido, el mundo de las plataformas digitales permite que un sector de la sociedad continúe con sus tareas ya sea de aprendizaje o laborales. Luego de tantos años escuchando de estas modalidades, finalmente el teletrabajo y la teleeducación comienzan a visualizarse como solución a muchos problemas. Al final de cuentas, muchas personas podrán continuar devengando un sueldo gracias a la existencia de redes de telecomunicaciones que viabilizan el intercambio de información audiovisual de forma remota.

No obstante, cada relato se puede narrar de diversas perspectivas y en lo relacionado a la digitalización de nuestra existencia nuevamente se escuchan voces hiperbolizando la capacidad de las tecnologías. Han quedado sorprendidos de que súbitamente el enclaustramiento obligatorio al que muchos nos hemos visto forzados durante los pasados días o semanas tiene un impacto menor que en otros tiempos. Piensan que en esta ocasión no hay excusas y la disrupción en tareas laborales o pedagógicas simplemente no será posible. ¿Cuán cierta es esta apreciación?

Es cierto que cada vez más escuchamos como estas dos grandes fuerzas, teletrabajo y teleducación, surgen como herramientas que permitirán cierta normalidad mientras se logra controlar la difusión de la pandemia. Aunque hay algo de veracidad en esta visión de la realidad, la misma no deja de ser simplista y peca de ignorar el impacto de las numerosas brechas digitales presentes a través de todos los mercados de América.

Consideremos el impacto y alcance del teletrabajo. Por definición, esta actividad solo puede ser ejercida por quienes dependen de una computadora para trabajar y poder cumplir con todas sus tareas laborales sin ningún problema. ¿Cuántos de los empleados tienen en su hogar un computador que posee todos los programas que se precisan para completar el trabajo que históricamente se hacia en la oficina? ¿Cuántos de estos computadores van a tener acceso a los archivos de su empleador por medio de una red privada virtual (VPN)?

Quienes trabajan en tareas manuales no pueden beneficiarse del teletrabajo, por ejemplo, los 11.8 millones de mexicanos (alrededor de 9% de la población) que trabajan como jornaleros según la “Encuesta Nacional Agropecuaria” efectuada en 2017 por el Instituto Nacional de Estadística y Geografía de México (INEGI). Si miramos a Colombia, datos del censo de 2018 efectuado por el Departamento Administrativo de Estadística (DANE) nos indica que 11 millones de colombianos vive en zonas rurales (cerca del 22% de la población), una región en la que según la entidad gubernamental el 16% de los hogares carecen de servicios públicos. Regresando a México para dar un vistazo a las regiones urbanas encontramos que según datos de la “Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo (ENOE)” datos a conocer en 2013 por el INEGI los albañiles representan el 4.8% de la población empleadas de México.

Entiendo que algunos se pregunten: ¿cómo podemos incluir a estos segmentos de la población en el teletrabajo? ¿Teleeducación? Yo preferiría pensar de qué manera podríamos garantizar que todas personas tengan acceso a un salario digno, entendiendo digno como que sea lo suficiente para vivir sin pasar hambre y con la capacidad de pagar por todos los servicios básicos de su hogar.

Si mudamos el foco a la teleeducación la pregunta inicial sería ¿cuántos de los docentes de primaria/secundaria o profesores universitarios han tomado cursos de pedagogía que les indiquen las diferencias en enseñar en un ambiente presencial versus la transmisión de información en un entorno virtual? Luego continuaríamos con ¿cuántos han sido capacitados en el uso de plataformas educativas como Moodle o Blackboard y como han adaptado el material a ser impartido en el salón de clase al curso en línea?

Tampoco hay que obviar las regulaciones especificas para cada país o los reglamentos que rigen la oferta de cursos de cada institución educativa. Por ejemplo, una de las principales universidades del Ecuador, la Universidad San Francisco de Quito, estipula que si un estudiante toma más del 15% de sus créditos en línea su diploma indicará que su titulación ha sido a través de esta modalidad. En otras palabras, existe aún un discrimen entre la calidad de la educación que se imparte de forma presencial versus la que se puede ofrecer de manera virtual. Si nos remontamos a las Antillas encontramos que el desafío con el que cuenta la Universidad de Puerto Rico en estos momentos es carecer de una estrategia de educación en línea definida que le permita satisfacer tanto la demanda interna y externa que existe por su titulación. Parte del problema es la falta de capacitación de los profesores en destrezas de enseñanza virtual. Mientras esto ocurre, la universidad publica de esta nación pierde terreno frente a los avances de la oferta de educación en línea de centros universitarios privados.

Luego tenemos el impacto que pueda tener tanto el teletrabajo como la teleeducación en los individuos que comienzan a utilizar estas alternativas. Por ejemplo, en lo relacionado a teleeducación si nos enfocamos en los estudiantes el Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey ha identificado ocho etapas que tienen que enfrentar quienes acceden a un aula virtual:  conflicto, negatividad, miedo, resistencia, desánimo, búsqueda de oportunidades, confianza y, por último, integración y éxito. ¿Están preparados los educadores para acompañar a sus estudiantes en cada una de estas fases?

Obviamente cuando hablamos del impacto y beneficios del teletrabajo o la teleeducación inferimos que estamos hablando de hogares que poseen una conexión a Internet de alta velocidad. Si nos fijamos nuevamente en cifras del INEGI observamos que en 2019 apenas el 56.4% de los hogares del país contaba con una conexión a Internet (números agregados que incluye todas las velocidades disponibles) y apenas un 44.3% de los hogares contaba con un computador. Sin pensar en las diferencias al momento de trabajar o acceder a material pedagógico con una conexión de 10 Mbps versus alguien que se conecta a 1 Gbps.

Quizás el ejemplo de Brasil sea más apropiado para detectar las grandes diferencias en el uso de las tecnologías en las distintas geografías de un país. Mirando de forma agregada las cifras sobre conexiones de banda ancha fija que reporta la Agencia Nacional de Telecomunicaciones (ANATEL) de Brasil, vemos que mientras el 68,4% de los hogares en Sao Paulo y 64,84% en San Catarina, dos de los estados con mayor ingreso per cápita de Brasil, la penetración por hogar de este servicio en estados más pobres es de 29,66% en Rondônia y 31,45% en Paraíba. Nuevamente quienes más necesitan estar conectados para beneficiarse de la teleeducación son los que se quedan fuera del alcance de este servicio debido a la realidad de un mundo en el que el costo de entrada para ser usuario de telecomunicaciones continúa siendo muy alto.

Lo observado en Brasil es la repetición de algo que vemos sucede en los numerosos mercados de América: las regiones que más precisan de una transformación digital que les permitan ser mas eficientes y productivas son las que menos capacidad de conexión poseen. No importa si la medida se limita a poblaciones de más de 500.000 habitantes como reportó en 2018 el Instituto Nacional de Estadística y Censo de Argentina (INDEC), pues mientras el Gran San Luis presentaba al 81% de los hogares con al menos un computador las cifras del Gran San Juan y Gran Tucumán-Tafí Viejo apenas alcanzaban el 52,9%.

Seguramente lo anterior puede instigar a los endófobos a culpar a la idiosincrasia latinoamericana o caribeña de los grandes baches que hay en conectividad en la región. El argumento se pierde al revisar cifras de la Oficina del Censo de Estados Unidos que muestran las grandes disparidades en acceso a banda ancha según el origen étnico e ingreso de los hogares. Según esta entidad gubernamental, en 2016 apenas el 51,3% de los hogares con ingreso inferior a los US$ 25.000 contaban un computador o tableta. Si el punto de comparación es el étnico, entonces el 67,5% de las familias hispanas contaban con estos dispositivos.

Difícil implementar una estrategia de teleeducación o teletrabajo en periodos de emergencia cuando gran parte de la población carece de un computador.

Si giramos el foco de la teleeducación a estudiantes de primaria o secundaria al menos contamos con un ejemplo que nos permite soñar: el Plan Ceibal de Uruguay. De forma coordinada todos los niños en edad escolar reciben una tableta con contenido educativo que les permite avanzar en las tareas al ritmo de cada estudiante. Mientras en otros mercados alguno que otro fanfarrón montaba un circo en la entrega de tabletas o computadores sin plan logístico de reemplazo/reparación

Luego si recordamos temas un poco más cotidianos, ¿qué sucede cuando en un hogar con un solo computador las necesidades de teletrabajo y teleeducación crean un conflicto entre las personas que viven bajo el mismo techo? No se puede ignorar la equidad al acceso a Internet que puede existir en el lugar de trabajo o entidad educativa se pierde una vez las personas se alejan de estas localidades. No todos los estudiantes o empleados tienen en su casa la misma cantidad de computadores o tipo de conexión a Internet.

El teletrabajo y la teleeducación son dos importantes herramientas que flexibilizan la ejecución de labores específicas. Sin embargo, es relevante estar conscientes que sus beneficiados constituyen una minoría de la población. Por esta razón es imperativo que cualquier plan de conectividad nacional incluya medidas para educar sobre los beneficios y oportunidades que el teletrabajo y la teleeducación ofrecen a la población. No hacerlo es mantener un estatus quo donde los más privilegiados son los principales beneficiarios de las tecnologías de información y comunicaciones (TIC).

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