Los últimos meses me encuentran viviendo un mismo discurso sobre el impacto del COVID-19 en la vida de las personas. Desde frases como el “nuevo normal” que se deconstruyen mostrando su naturaleza excluyente, hasta quimeras color rosa que explican como ya los principales actores del mercado, se incluye a la sociedad civil en esta ocasión, se han dado cuenta de la importancia de las tecnologías de información y comunicaciones (TIC) para reducir burocracia, flexibilizar permisos y continuar con un sesgo de normalidad la vida de aquellos privilegiados que si pueden mantener una cuarentena.

Siempre me ha parecido curioso como frente a los desastres naturales, se redescubre el rol de las TIC. Su capacidad va más allá de la charla entre amigos, el intercambio de fotos o las grabaciones de video. En los terremotos que azotaron México, Haití y Chile durante los últimos años, en algún momento, los encargados de definir la política pública de recuperación y rescate para cada uno de estos países, expresaron como las telecomunicaciones habían sido la espina dorsal para la coordinación de un esfuerzo que de otra manera habría sido completamente fragmentando.

Los huracanes llegaron y se marcharon de las Bahamas, Barbuda y Puerto Rico dejando a su paso gran consternación por la destrucción de redes de telecomunicaciones que vieron el uso de tecnologías no probadas para tratar de establecer algún tipo de normalidad comunicativa entre las personas que viven en las áreas de desastre y sus familiares. Ergo, las TIC sirvieron de terapia para quienes se estaban ahogando en la angustia del desconocimiento sobre el paradero de un ser querido.

El más reciente recordatorio que hemos tenido sobre el inmenso poder como herramientas de desarrollo que poseen las TIC ha sido la pandemia que comenzó en Asia a finales de 2019 para asentarse luego cómodamente en el resto del mundo en el 2020. Hoy, al igual que ayer, la tecnología nos salva de nosotros mismos siendo o no parte de la economía formal. Incluso quienes operan desde la informalidad utilizan dispositivos de comunicaciones.

Tal vez experiencia con las TIC sea distinta, según dictan los distintos patrones de uso que hacen del Internet o el celular pues el mundo digital aún vive condenado a los parámetros de elasticidad que permite el bolsillo.

Lo importante es concluir que en estos momentos la población pareciera vive uno de esos instantes de armonía sobre el importante rol del Internet y el resto del mundo de las TIC. Es momento de aprovechar esta coyuntura que seguramente durará muy poco, ya sea con la retirada del virus o el hartazgo de los hogares a estar encerrados en su casa. Sí, hay ocasiones en que entender cómo la raza humana sigue existiendo resulta un enigma oculto hasta para los mismos dioses.

La historia nos indica que una vez pasada la grave crisis que iba a imponer un nuevo orden mundial teniendo a las TIC como sus protagonistas, las promesas en esa dirección comienzan a ser perjuradas. Es tiempo de regresar a las malas mañas del pasado, irrespetar jurisdicciones y olvidarse de cualquier estrategia transversal de transformación digital.

Por ahora toman más importancia los deseos del partido, proyectos de reelección y asegurar el endoso de figuras públicas con bastante seguimiento entre los votantes. Quizás algún día, como la muerte anda en secreto, a alguno se le ocurra hacer su testamento y allí, sobre el papel, repita lo dicho durante las crisis, pero también lo que falta: instrucciones para un cambio.

Ya con alguien comprometido con el riesgo, la manada se deje de emitir diagnósticos de lugares comunes. Es hora de que se comience a trabajar con menos verbo y más acción. Cuando esto ocurra las TIC lograran posicionarse en tiempos de paz y tranquilidad como una vela inflamada en vientos de esperanza.

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