La actual pandemia de COVID-19 ha generado la concientización de las personas sobre la importancia de las tecnologías de información y comunicaciones (TIC), es una lección que nos ha dejado la virtualidad. En medio de la crisis sanitaria, este es quizás un impacto que podría denominarse ‘externalidad positiva’. No hay duda de que el costo ha sido demasiado alto y millones de personan llevarán consigo incontables cicatrices intangibles por lo vivido en el pasado año y medio.
Este improvisado aprendizaje es una realidad, ya que, hasta los más reacios a utilizar la tecnología, paulatinamente se han visto forzados a depender de ella para hacer todo tipo de trámites con entidades públicas y privadas. Por ejemplo, se ha observado un incremento en la cantidad de consultas médicas de forma remota o en la compra de alimentos. Casi de manera furtiva la tecnología se ha ido apoderando de la cotidianidad.
Sin embargo, ante esta evolución estrepitosa del usuario de servicios digitales ¿qué se está haciendo para aprovechar la situación y potenciar el uso de las TIC? Una revisión al incremento en el uso de las TIC durante el COVID-19 muestra que en gran parte ha sido un fenómeno desorganizado que nace de la necesidad de las personas y empresas. Sobre todo, en una región del mundo donde la economía informal constituye una tajada tan grande de la economía nacional.
Otra importante lección que ha dejado el mortífero virus es la poca utilidad para hacer una planeación estratégica nacional coherente, necesaria para brindar los datos de adopción de servicios de telecomunicaciones que han ido recopilando por décadas los gobiernos alrededor del mundo. La crisis ha resaltado muchas de las carencias que tienen que ser solventadas para poder viabilizar una transformación digital que cada día suena más a cliché propagandístico que a una meta de desarrollo económico a la que debe apuntar la política pública.
No puede haber desarrollo coherente si este no se contempla un acercamiento que vaya de lo local a lo nacional. En este sentido, los gobiernos locales son los llamados a comenzar a identificar cuáles son las necesidades de acceso y/o cobertura de las TIC en su jurisdicción. Esta información a su vez se va agregando para permitir, a distintas instancias de gobierno, tomar medidas complementarias que permitan mejorar la conectividad de las personas.
El problema es que esto no es una tarea sencilla. Desafortunadamente muchas de las instancias locales no tienen los recursos económicos o de capital humano para emprender este tipo de proyectos. A esto se suma la falta de conocimiento sobre las TIC que tendría que ser impartida para que las personas puedan identificar de forma certera cuáles son sus necesidades, o describir cuál es el estado actual de la disponibilidad de servicios en su territorio.
Asimismo, las labores que surgen gracias a las iniciativas y esfuerzos de gobiernos locales tendrían que ser apoyadas por las autoridades nacionales. La labor más importante se centra en la educación de la población acerca de las ventajas y posibilidades que brindan las TIC. Una población educada se convierte en una población exigente y difícil de engañar. ¿Cuántas veces en América Latina hemos visto alguna jurisdicción lanzar una plataforma de gobierno electrónico o establecer una incubadora de tecnologías para vociferar en medios que han alcanzado el estatus de ciudad o territorio inteligente?
Como me dijo en su momento un consultor mexicano, si las afirmaciones de apropiación de inteligencia digital que se escuchan de autoridades de gobierno de América Latina fuesen ciertas, viviríamos rodeados de Wakandas.
El avance en el uso de las TIC que se ha dado durante la pandemia debe estar acompañado de una profunda reflexión sobre cómo podemos aprovechar este impulso para mejorar las condiciones de los más vulnerables de la sociedad. Dejar de hablar de una nueva normalidad totalmente excluyente para comenzar a trabajar en la implementación de proyectos que apunten a llevar a todos los ciudadanos hacia esa normalidad novedosa que depende de un trabajo formal, una conexión estable a Internet de alta velocidad, un computador con software apropiada y una vivienda que pueda costear desde la luz eléctrica hasta los servicios de telecomunicaciones. Cuando un 40% – 60% de la población se encuentra en la economía informal, hablar de la existencia de una “nueva normalidad” es un paliativo a la incomodidad de un segmento de la población que proyecta su situación en el resto de la población.
Una nueva normalidad sería ver integrado en los planes de gobierno de todos los candidatos a puestos públicos una sección que hable de su propuesta para el mundo digital. Sería ver un aumento de esfuerzos por mejorar la enseñanza de carreras técnicas en todo tipo de centro académico, desde universidades y centros de especialización técnica hasta capacitaciones dictadas por empresas que permitan a las personas mejorar su situación laboral. La maldita pandemia nos ha mostrado las posibilidades de las TIC para alterar nuestro comportamiento e impactar nuestra vida. Es una oportunidad que tiene que ser aprovechada para que lo sucedido durante este tiempo no se convierta en una anécdota más del potencial de la tecnología para mejorar nuestras vidas. Es imperativo que los gobiernos comiencen a trazar una hoja de ruta de desarrollo digital que contemple más allá de la cobertura de servicio y se centre en cómo impulsar la proliferación de edificios, ciudades o territorios inteligentes dentro de su jurisdicción sin olvidarse que el ciudadano es el centro de toda esta transformación a la que se debe apostar.