Hace ya mucho tiempo, en un pasado del que tal vez no quiera acordarme, escuché en numerosas ocasiones testimonios sobre la complejidad del mercado de telecomunicaciones de Estados Unidos y como los estudiosos del sector en América Latina no tenían tantas aristas por las que preocuparse al momento de hacer su análisis. La justificación utilizada era el tamaño del mercado en dólares, lo que a su vez hacia que que analistas europeos ripostaran que hay mayor complejidad al analizar Europa.
Siempre me parecieron extremadamente pobres esas aseveraciones. Desde mi perspectiva, una cosa es que un mercado sea más atractivo por la cantidad de dinero que genera y otra la complejidad existente al momento de analizarlo. Sobre todo cuando hay aspectos que tienen que considerarse en algunas jurisdicciones que no están presentes en otras. Por ejemplo, la Unión Europea puede alardear que bien o mal sus normativas aplican a cada uno de sus 28 estados miembro (próximamente a ser 27 sino ocurre alguna sorpresa) lo que da cierta base de armonización en temas como itinerancia que no están presentes en América Latina.
Estados Unidos puede alegar que cada uno de sus estados y posesiones coloniales (léase territorios no incorporados) cuentan con reguladores propios que incrementa la complejidad en el análisis de ese mercado. No obstante, el poder que tiene cada estado de este país es menor al que pueden tener jurisdicciones regionales en América Latina. Sobre todo cuando estamos hablando de 20 países distintos que no cuentan siquiera con una entidad que supla una base básica de armonización regional al momento de expedir nuevas leyes.
Dicho lo anterior, la complejidad que encierra América Latina no se compara con la que está presente en la Cuenca del Caribe. Hablar del Caribe es para la gran mayoría de los expertos en telecomunicaciones entrar a un mundo desconocido, a ese imaginario que se crea como fruto de la ignorancia y que se desdibuja al enfrentar nuestros prejuicios con la realidad.
Cada año el Caribe se muestra con voz propia en un evento centrado en el desarrollo de su gente, en el intercambio de conocimiento y la búsqueda de nuevas tecnologías que permitan un mejor futuro a algunos de los países más pequeños del planeta. No hubo excepción en 2018 y hace apenas unos meses la Ciudad de Panamá acogió a la 34ta edición de CANTO, uno de los eventos de telecomunicaciones más antiguos de las Americas.
Nuevamente, como hace casi veinte años tuve el honor de participar como orador en este evento. Nada incita más orgullo que ser llamado a disertar sobre la realidad del origen. No olvidar de donde uno viene, aun cuando a alguno que otro coterráneo no le interese escuchar lo que se vaya a decir.
La reunión en esta ocasiones fue una mezcla de empresas explicando las soluciones que tienen disponibles para atender las necesidades de la región y un llamado por los gobiernos locales de escuchar mejor cuáles son sus reclamos. El mensaje constante entre los diversos interlocutores se centraba en la necesidad de una mayor colaboración entre los sectores público y privado (brevemente se incluyó al sector académico) para lograr de esta forma delinear cual es el mejor acercamiento para impulsar el desarrollo tecnológico de la región.
Un tercer grupo constituido por los diversos prestadores de servicios de telecomunicaciones abogaban sutilmente por un mejor entendimiento de la región y el contexto macroeconómico que atraviesa la misma en estos momentos en un no tan sutil pedido de menores cargas impositivas y mayor comprensión por parte de las autoridades de aquellos mercados que en el pasado año fueron impactados por fenómenos naturales. Este grupo daba la impresión de sentirse incomprendido tanto por el sector público como también algunos de sus pares en el sector privado. Hasta se logró escuchar brevemente un llamado a no interpretar la realidad local a través de un prisma creado para entender otras necesidades.
Interesan medidas que sirvan para atender las necesidades de los habitantes de Georgetown, Basseterre, La Habana u Oranjestad. Fenomenal enterarse de las nuevas tecnologías desplegadas en New York, Londres o Tokio, pero como esas tecnologías pueden amoldarse a una realidad caribeña tan asimétrica entre sus mercados.
Un tema que despertó parte de estos intercambios era uno conocido por todos: 5G. El mismo encierra la necesidad de conocer cómo debe transformarse el mercado y cuáles son los requerimientos mínimos que tiene que tener para que esta tecnología pueda desarrollarse sin grandes obstáculos en los próximos años en la región. Sobre todo como esta tecnología tendría un papel protagonista en todo lo relacionado al Internet de las Cosas u otros nuevos servicios de almacenamiento y seguridad.
Aún sorprende que muchos de los principales interesados en promover el crecimiento de las telecomunicaciones en el Caribe no puedan entender las grandes diferencias que mantiene una región en la que existen unos 33 mercados distintos en los que se hablan seis idiomas diferentes y una actualidad política en la que el verdadero poder se reparte tanto localmente como en capitales a miles de kilómetros de distancia.
Lo anterior se vuelve más complejo cuando se agrega el factor localización para cada uno de estos mercados. Los afortunados se encuentran cerca de la ruta de cables submarinos que llegan a aterrizar en sus costas facilitando la oferta minoristas de servicios de datos a precios asequibles. Los menos afortunados exhiben desde caos político, violencia y extrema pobreza hasta un sistema político que ha dado vida a un fuerte rechazo que se materializa en un bloqueo económico que incrementa el precio de todo tipo de equipos de telecomunicaciones.
La charla sobre 5G inevitablemente lleva la conversación tarde o temprano al tema de disponibilidad de espectro radioeléctrico. La cantidad asignada al mercado de este insumo y cuanto tiene el regulador listo para entregar a los operadores que pueda utilizarse para ofrecer servicio de forma inmediata. En otras palabras, que este libre de interferencias o limpio. En este renglón donde tradicionalmente se resalta lo atrasada que se encuentra América Latina en relación a las recomendaciones de la Unión Internacional de Telecomunicaciones (UIT), el Caribe se encuentra aún más atrasado.
Asimismo, la importancia que en un momento tuvo el roaming (itinerancia) como generador de ingresos para los operadores móviles del área llevó a los reguladores a asignar espectro radioeléctrico de manera no armonizada. En un mercado el mismo operador podría utilizar bandas PCS de Región 1 y también de Región 2 para ofrecer servicios. Obviamente se precisa de un trabajo en reacomodar los bloques de espectro radioeléctricos que han sido otorgados y buscar una armonización que facilite la vida a todos los actores de la industria.
En otras palabras, todo parece indicar que los reguladores del Caribe se enfrentarán en los próximos años a un gran desafío desatado por 5G. El mismo será identificar las bandas medias y altas de espectro radioeléctrico para poder viabilizar a esta nueva tecnología. La tarea no se presenta sencilla pues nuevamente tendremos una división entre aquellos mercados que se inclinan por las decisiones de Paris o Ámsterdam versus aquellos que favorecen los dictámenes provenientes de Washington DC.
Mientras esto ocurre el Caribe desaparecerá del radar de gran parte de los protagonistas del sector de telecomunicaciones, por lo menos hasta la próxima promoción vacacional o alerta meteorológica.
Referencia
Foto de Pixabay.